La imaginación del idioma no tiene límites. Y esto, por favor, hay que leerlo literalmente, ya que esa imaginación se alimenta de la de sus hablantes, que (bueno, prácticamente) son ilimitados en el espacio y en el tiempo.
Sus hallazgos o frutos suelen ser tan buenos que, aun después de muchos años de uso, siguen siendo eficaces. Es el caso, por ejemplo, de la invención formulada por la frase o locución verbal 'quedársele (a alguien) una cosa en el tintero'. Tal invención nos propone que, cuando escribimos, es del tintero de donde sacamos los temas y las ideas que ponemos en el papel (nótese bien: los temas y las ideas, no las palabras ni mucho menos las letras). ¿No es estupendo?
De modo, pues, que el tintero, o mejor dicho, cada tintero es una suerte de recipiente mágico que contiene, en forma líquida (de ahí que las ideas fluyan), todo un conjunto coherente (en mayor o menor grado) de pensamientos y asuntos. Es como una caja de Pandora que atesora un número indefinido de conceptos e imágenes destinados a componer o formar los textos.
También puede concebirse como una pequeña botella que encierra un genio que emite ideas y tramas y teorías escritos. Pero, dado que se han escrito y se siguen escribiendo textos buenos y malos, hay que inferir que dicho genio a veces es también un genio en el sentido encomiástico y encarecedor de la palabra (esto es, un genio genial) y otras no lo es. Muchas veces, en realidad, resulta ser un genio francamente estúpido y chambón.
Otra conclusión mayor que podemos obtener es que la calidad y la importancia de las obras escritas dependen del tintero, o de los tinteros, que, en cada caso, le tocaron en suerte al respectivo autor. Así, tinteros llenados con tintas de moluscos o metales sagrados contuvieron los enunciados que, recogidos uno tras otro por la punta de las plumas de Dante, de Cervantes, de Hugo, de Flaubert, entretejieron sobre la superficie del papel la Comedia, el Quijote, Los miserables y Madame Bovary, respectivamente. Por el contrario, del interior de otros tinteros cargados con tintas de la peor estofa fueron sacados los bodrios literarios que infestan las bibliotecas del mundo.
¡Ah, si fuera posible que, en el momento de adquirir el tintero con el que proyectamos escribir un libro de poemas, un reportaje o una novela corta, y puestos a escoger entre varios, y después de destaparlos uno a uno, percibiéramos con absoluta nitidez en alguno de ellos el aroma preciso o el rumor clarísimo de la obra maestra!
Y hay algo muy importante: puede ocurrir que la calidad de las ideas que contiene un determinado tintero sea uniformemente buena o uniformemente mala; o bien, que sea mixta, desigual, dispareja, de modo que, en ocasiones, las ideas que extraemos y ponemos en el papel pueden ser las peores y aquellas que justamente se nos quedan en el tintero son las mejores.
Como creo que es el caso del presente escrito.
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Joaquín Mattos O.