Fragmento del primer capítulo del libro ‘José Barros, cien años del cantor del río’, escrito por Rafael Bassi Labarrera y Octavio Gómez Velásquez.
La obra de José Benito Barros Palomino, antes que la de cualquier novelista, músico o pintor, fue la primera que describió –en la sencillez de sus alcances literarios y a través de sus tonadas populares-, la totalidad del ser colombiano.
Antes de él, había músicas y literaturas regionales. Pero, con él y por primera vez (incluso superando la oficialidad del himno nacional) los colombianos fuimos nación. Antes de las canciones de Barros, de sus poemas mitad románticos, mitad naturalistas, a veces trágicos, otras picarescos, lo que había dentro de los límites de Colombia eran pedazos: hombres liberales de la cordillera, conservadores de las planicies, pintores de la devoción católica con dibujos indígenas, vírgenes negras de los ríos, cristos quiteños entronizados en las catedrales paramunas, escritores románticos que creaban personajes tuberculosos en las planicies del Cauca, presidentes bogotanos que no conocieron el mar y generales costeños que nunca vieron las brumas de las altas montañas; mineros del oro con nostalgias de marquesados, esclavos en fuga inventándose los dioses en las profundidades de las ciénagas, libertos sin tierra vagando de pobreza en pobreza, arrieros de fantasmas que se convertían en sargentos de tropa cambiando de pueblo: un país en cada uno.
No podía ser de otra manera. En 1915, apenas cien años después del Grito de Independencia, Colombia solo existía en la formalidad de los mandamientos constitucionales y legales (pasados ya dos siglos, sus límites no están asegurados todavía): el país era Constitución, bandera (el himno fue adoptado en 1920 y el escudo de armas apenas terminó de diseñarse en 1949), presidente, congreso y leyes, muchas leyes. Lo demás funcionaba por su propia dinámica o por inercia.
La latencia de lo colombiano era tan evidente, que un ejército profesional, organizado jerárquica y territorialmente, apenas empezó a hacerse en la década de los años 30 del siglo XX, a pesar de que los primeros 85 años de vida independiente el país los pasó casi en permanente estado de guerra civil.
Un compositor feraz
José Barros Palomino vio la primera luz el 21 de marzo de 1921 en El Banco (Magdalena). Su padre, don José María Barros Traviseido, hijo de un brasileño y, al decir de la historiadora Luz Marina Jaramillo, autora de una biografía axial del maestro Barros, había llegado a tierras costeñas después de ser un caminante de buena parte de América, en busca de un lugar donde quedarse. Antes había estado en diferentes lugares como Riohacha, Camarones y Santa Marta hasta que decidió instalarse a orillas del gran río.
Barros Traviseido, el inmigrante, obró con mucho sentido pragmático: a su llegada a El Banco decidió afiliarse al partido Conservador bajo cuya sombra protectora alcanzó a ocupar varios cargos en la administración municipal. Su integración a la vida social del puerto lo llevó a conocer a la mestiza Eustacia Palomino, con quien contrajo matrimonio. El maestro José Barros, ya disfrutando del retiro de sus años dorados, recordó a su progenitor como un hombre bajito, moreno, de ojos verdes y de bigote.
De acuedo con las evocaciones de José Benito, su padre usaba su bastón de hueso y era un tipo que tomaba trago, pero un buen político, dirigente importante aquí en El Banco. La unión del señor Barros Traviseido con la señora Palomino dejó una descendencia de cinco hijos, el menor de los cuales, José Benito, nació el domingo 21 de marzo de 1915, casi dos meses después de terminadas las fiestas de la Virgen de la Candelaria, patrona del puerto. Pocos meses antes de que el benjamín de la familia Barros Palomino llegara al mundo, también arribó a El Banco la primera planta de energía eléctrica, traída por Samuel Martínez Salcedo, y esa comunidad conoció el milagro del hielo, producido en una planta local, innovaciones que relaciona Biswell (2000) en un trabajo colectivo sobre la historia de esa localidad donde, técnicamente, comienza el Bajo Magdalena. La familia, sin embargo, no estuvo completa y junta durante mucho tiempo. El padre, don José María, falleció poco tiempo después del nacimiento de su vástago menor. Ninguno de los investigadores que se ha ocupado de la vida de maestro José Barros ha establecido, con exactitud, la fecha del deceso del padre, aunque la investigadora Luz Marina Jaramillo Jaramillo la sitúa 'posiblemente en 1918'. Con esta fecha y los recuerdos del compositor banqueño comienzan las dificultades que se ofrecen en la reconstrucción fidedigna de los hechos de su vida.
José Barros, a los 17 años de edad, cuando prestó su servicio militar en el Batallón Córdova de Santa Marta.