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'Al senador Onésimo Sánchez le faltaban seis meses y once días para morirse cuando encontró a la mujer de su vida. La conoció en el Rosal del Virrey, un pueblito ilusorio que de noche era una dársena furtiva para los buques de altura de los contrabandistas, y en cambio a pleno sol parecía el recodo más inútil del desierto, frente a un mar árido y sin rumbo, y tan apartado de todo que nadie hubiera sospechado...'.GGM

El cuento 'Muerte constante más allá del amor' (1970), cuyo título es un préstamo invertido del soneto de Francisco de Quevedo 'Amor constante más allá de la muerte', reitera la situación de una aldea a la orilla del mar, Rosal del Virrey, «un pueblecito ilusorio que de noche era una dársena furtiva para los buques de altura de los contrabandistas, y en cambio a pleno sol parecía el recodo más inútil del desierto...». «Hasta su nombre parecía una burla, pues la única rosa que se vio en aquel pueblo la llevó el propio senador Onésimo Sánchez la misma tarde en que conoció a Laura Farina».

El mar, en este cuento, no tiene la importancia que manifiesta tal motivo en los seis cuentos restantes del volumen La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Aquí aparece como un telón de fondo, en la dársena que sirve a los contrabandistas como atracadero de sus barcos cargados de matute. El senador, a quien los médicos han anunciado pocos meses de vida por la enfermedad que sufre, está en campaña electoral y ha llegado a Rosal del Virrey, con su farándula electorera. Empieza a decir su discurso aprendido de memoria, «sin gestos, con los ojos fijos en el mar que suspiraba de calor». «Mientras hablaba, sus ayudantes echaban al aire puñados de pajaritas de papel, y los falsos animales cobraban vida, revoloteaban entre la tribuna de tablas, y se iban por el mar». El senador aparece retratado en su hábil demagogia, cuando promete «las máquinas de llover, los criaderos portátiles de animales de mesa, los aceites de la felicidad que harían crecer legumbres en el caliche y colgajos de trinitarias en las ventanas».

Estando en el pueblo, el senador —ingeniero metalúrgico de Gotinga, casado con una alemana radiante con quien tenía cinco hijos— conoce a la hija del francés Nelson Farina y se enamora de ella. Al final, muere, «pervertido y repudiado por el escándalo público de Laura Farina, y llorando de rabia de morirse sin ella».

Como ya se anotó, el espacio real geográfico que sirve de modelo a García Márquez para crear estos pueblos de desolación es la península de La Guajira, en la Región Caribe colombiana, situación que se confirma en este relato, con la presencia de los indios de alquiler con los que el senador completa las multitudes en las manifestaciones públicas y que «apenas si podían resistir las brasas de caliche de la placita estéril». Igualmente, además del mar de aguas amenazantes que baña las costas de la península, hay un mar de farándula cuando el senador muestra lo que será aquel «cagadero de chivos» con el desarrollo que vendrá si votan por él: «Un trasatlántico de papel pintado pasaba por detrás de las casas, y era más alto que las casas más altas de la ciudad de artificio».

Por su parte, Nelson Farina es un francés que estuvo preso en Cayena, por haber descuartizado a su primera mujer. «Se había fugado del penal de Cayena y apareció en Rosal del Virrey en un buque cargado de guacamayas inocentes, con una negra hermosa y blasfema que se encontró en Paramaribo, y con quien tuvo una hija» (Laura Farina). Como sabemos, el contrabando es una actividad ilícita pero en un país como Colombia, con un estado que ha abandonado sus cuatro regiones de esquina (Caribe, Pacífica, Amazónica y orinocense) en pro de la región andina central, esta ha sido una forma de suministrarse las propias regiones, por vías de hecho, ciertas materias y elementos para su vida material y cultural. Las primeras enciclopedias, por ejemplo, entraron de contrabando.

No hay duda de que el contexto geográfico de estos pueblos desolados es el Caribe, con sus islas, países costaneros —Aruba, Surinam— y actividades de barcos que camuflan sus matutes con cargamentos de guacamayas, de allí que 'Muerte constante...' se refiera también a Rosal del Virrey como una «ardiente guarida de bucaneros». El calor chupa los cuerpos, así, el senador tenía «la camisa ensopada en sudor y trataba de secársela sobre el cuerpo con la brisa caliente del ventilador eléctrico que zumbaba como un moscardón en el sopor del cuarto».

De Laura Farina se nos entrega esta imagen: «Llevaba una bata guajira ordinaria y gastada, y tenía la cabeza guarnecida de moños de colores y la cara pintada para el sol, pero aun en aquel estado de desidia era posible suponer que no había otra más bella en el mundo», «Tenía la piel lisa y tensa, con el mismo color y la misma densidad solar del petróleo crudo, y sus cabellos eran de crines de potranca y sus ojos inmensos eran más claros que la luz», lo que la convierte, sin duda, en una de las bellas de García Márquez, al lado de la Eva del cuento 'Eva está dentro de su gato', la impertérrita pasajera de 'El avión de la bella durmiente', la Delgadina de Memoria de mis putas tristes, y, por supuesto, Remedios, la bella, y Fernanda del Carpio, en Cien años de Soledad.