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Venida de Manaure con unos traficantes de pieles, esta hija adoptiva de los Buendía fue una mujer de corazón impaciente, vientre desaforado y valentía sin frenos que nunca perdió el hábito de chuparse el dedo y comer tortas de tierra.

Desesperada por su muy postergado matrimonio con Pietro Crespi, se junta con José Arcadio Buendía, el gitano, que había regresado de sus correrías por el mundo.

Excluida del seno de la familia por una decisión de Úrsula, se confina en la soledad hasta su muerte, enroscada como un camarón, con la cabeza pelada por la tiña y con el dedo metido en la boca, vestida con ropas del siglo anterior y los ojos aún grandes y hermosos.