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Repartida entre la rigidez de Fernanda y las amarguras de Amaranta, virtuosa del clavicordio, formada por las monjas, tenía la rara dualidad de parecer frívola e infantil, pero cuando se sentaba a interpretar el clavicordio mostraba una madurez maravillosa.

Así oscilaba entre la sumisión al rigor de los rituales para complacer a su mamá y las diversiones indisciplinadas con sus amigas y sus amores contrariados.

No era bella, pero sí simpática y descomplicada, y gracias al pechiche de su papá estaba al tanto de cuanto cosmético y artificios de belleza traían los comisariatos de la compañía bananera.

Supo integrase a los bailes dominicales, las tardes de tenis y de piscina con las gringas. Su amor rebelde por Mauricio Babilonia fue su perdición.

Tras el intento de asesinato de su novio, por una triquiñuela perversa de Fernanda del Carpio, y su separación forzada, tras escuchar el grito de lamento de Mauricio cuando un disparo de carabina le atravesó la columna vertebral y lo dejó parapléjico para siempre, aunque rodeado de mariposas amarillas, más nunca volvió a hablar hasta su muerte en un convento de Cracovia.