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Después de más de cinco años, la escritora barranquillera Fanny Buitrago ha vuelto a recorrer las calles de Cartagena. 'Ayer por la tarde me fui a contemplar el mar. A pasar por la casa de Alejandro Obregón, a pensar en Enrique Grau. Porque fueron dos personas que siempre estuvieron pendientes de traerme aquí. Entonces me sentí tan conmocionada que empecé a llorar'.

Nacida en Barranquilla en 1945, con apenas 18 años Fanny Buitrago sorprendió al panorama literario nacional tras publicar su primera novela, 'El hostigante verano de los dioses' (1963), en la que narra la vida de un grupo de jóvenes impulsivos, decadentes y libertinos. Poco después vinieron 'Cola de zorro' (1970) y 'Señora de la miel' (1993) –la primera fue finalista del Premio Biblioteca Breve Seix Barral (1968)–; algunos volúmenes de cuentos entre los que destacan 'La otra gente' (1973) y 'Bahía sonora' (1975); obras de teatro y relatos para niños, como 'La casa del abuelo' (1979) o 'Cartas del palomar' (1988).

En esta ocasión, en el marco del programa 'Leer el Caribe', que ha dedicado el 2015 a la lectura de su obra, y cuya clausura fue el pasado 28 de octubre en el Teatro Adolfo Mejía, nos hemos reunido con niños y jóvenes de las instituciones públicas –embrujados por la lectura y las palabras– para conversar sobre su vida, sobre la creación de sus novelas y sus cuentos.

–Desde muy pequeña solía frecuentar los libros de su padre, la enorme biblioteca en la que estaban las obras de Honoré de Balzac y Henryk Sienkiewicz.

Mi papá tenía una biblioteca muy grande, pero también mi abuelo y mis tías. Yo era una niña tan intensa y tan antipática que no había manera de decirme que no. Nunca me prohibieron que leyera o me señalaron cuáles libros debía leer. Tampoco a mis hermanos. 'Lean lo que quieran', nos decían. Y así salían de uno, que todo el tiempo estaba preguntando: '¿Y por qué esto?', '¿Y por qué aquello?', '¿Por qué tal cosa?'. Recuerdo especialmente la lectura de Balzac. Jamás olvidaré La piel de zapa, que acabo de descubrir que no era la piel de un sapo, sino la piel de un borrico. Del onagro. Pero los españoles son muy propios para traducir y hacen un poco lo que les da la gana. Eso lo hemos heredado nosotros, y es simpático, porque si a mí me dicen La piel del onagro, seguramente no la leo.

–¿Cómo descubrió que quería escribir? ¿Desde sus primeras lecturas o durante mucho tiempo sólo hubo lugar para el placer de la lectura?

La literatura es un universo de magia. Después de leer Los tres mosqueteros, de Dumas; La piel de zapa, de Balzac, Veinte mil leguas de viaje en submarino, de Verne, y El país de los ciegos, de Wells, me senté un día bajo un cerezo en Bogotá, en la casa de mi abuela Estefanía. Venía de la mesa donde los adultos hablaban del futuro y me puse a pensar: '¿Tú qué vas a ser en el futuro? ¿Bailarina? No. ¿Artista? No.' Y de pronto me dije: 'No, es que ya yo soy escritora. Sólo que no he escrito todavía sino uno que otro poema'.

–En muchos de sus relatos hay un interés por lo cotidiano, marcado, no obstante, por la ironía, el sueño, el mito, el juego. ¿Cómo ocurren esos encuentros en su obra?

En el Caribe –el Caribe es toda Colombia– vivimos en medio de la magia. Tenemos un pie en una realidad bastante dura, bastante difícil, y tres pies, por lo menos, en un asunto maravilloso, que es la magia. Todos somos mito. El hombre comenzó bailando. Antes de todo debió tener un lenguaje gestual. Y después, al pie de la hoguera, contando cuentos, mitificando, ¿qué pensaba? 'Mañana vamos a tener el fuego todo el tiempo. No tenemos que robarlo. No tenemos que encenderlo. Lo hemos logrado'. Uno enciende, ahora sí, la luz de su casa.

–En 1963 publica El hostigante verano de los dioses. ¿Una novela pensada en franca inconformidad con su época, como han afirmado algunos críticos?

En realidad fue más subjetivo escribir ese libro. No estaba haciendo ninguna denuncia. No estaba en plan de señalar los errores de la sociedad colombiana, ni de nadie. Estaba en plan de contar una historia. Puede que sea mi falla mental, pero a mí me persiguen los temas. Y los temas no persiguen porque sí. Lo hacen porque el mundo tiene una razón para elegirlo a uno como escritor o como escritora. Jairo Aníbal Niño decía algo muy hermoso que yo me apropié: 'Yo no escogí la literatura; la literatura me escogió a mí'. En ese momento yo tenía una pila de historias persiguiéndome, casi que enlazándome, pero estaba en una edad en la que los muchachos me interesaban más que la literatura. Un buen día, no obstante, soñé que los personajes de esa novela me estaban diciendo: '¿A usted qué le pasa? ¡No sea tonta!'. Y me tocó. Recuerdo que escribí El hostigante verano de los dioses en dos corredores: uno en Cali y otro en la Zona Bananera. Pobrecita mi mamá con el taqui-taqui de la máquina. Porque era el tiempo de la máquina.

–En uno de sus últimos libros de cuentos ((Los encantamientos), casi todos los personajes son artesanos, escritores, pintores o cantantes. Comparten la pasión por la belleza y sus adversidades. ¿Qué redención posible hay en el arte?

Puede que la literatura no nos salve de nada, pero por lo menos nos libera del mal del siglo pasado, del siglo XX, y de todos los siglos, que es el aburrimiento. El mal que hace que la gente se deprima. En el fondo, todo es aburrimiento. Y como ya no hay esos recursos que se tenían antes: el gallinero, el palo de mango, o lo que me contaba mi abuela: que hacían las compotas, que la señora tendía los manteles de tal manera… Por el contrario: todo el tiempo te están vendiendo un detergente y un líquido que quita todas las manchas. La gente no usa su cuerpo, como dice el Evangelio, como un templo, como algo maravilloso, sino como una percha para productos. Y la mente la usa como una percha del aburrimiento. La literatura nos ayuda a espantar la tristeza, el aburrimiento, y a ser más personas, más seres humanos. Menos perchas.

–¿Alguna vez imaginó a través de qué tan diversos caminos la llevaría la literatura?

Cuando uno es adolescente y está escribiendo se siente más viejo que nadie y cree que sabe más que nadie: Homero es un señor ahí. Uno cree uno que es lo último. Pero sólo después se empieza a disfrutar otro tipo de cosas. Cuando yo comencé a escribir, tenía muy claro para dónde iba y lo sigo teniendo. Por eso cada vez que puedo publico un libro. Cada año. Cada diez. Cada ochocientos… Cuando me muera que a la familia le toque ese tomate: '¿Qué vamos a hacer con todos los libros de Fanny?'.

*Docente de la Universidad de Cartagena. Profesional en Lingüística y Literatura de la Universidad de Cartagena y Magíster en Literatura Hispanoamericana de la Universidad del Atlántico.