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En un gran vagón del metro de París se transformó ayer el Teatro Heredia, donde el cantante y compositor del pacífico colombiano Yuri Buenaventura volvió a vivir sus inicios en la música, haciendo sentir orgullo por una tierra con la que el país tiene una deuda histórica.

Así, en medio de marimbas, de sonidos africanos y de juegos infantiles que cobraban vida, comenzó el Hay Festival, un diálogo que Roberto Pombo, director de El Tiempo, sostuvo con este artista que tiene su propia manera de ver y concebir el mundo.

Los recuerdos y los relatos de Yuri Bedoya, su nombre de pila, se asemejan a un macondo que se traslada a la costa Pacífica colombiana. Es allí donde la cultura negra vive, late y lo hace sentir tan orgulloso de lo que es y sigue siendo. Fue en medio de los sueños de su tierra negra que aprendió a no caerse y mantenerse siempre firme y en pie. A lo lejos veía una gran anaconda que se acercaba con su boca abierta. 

Era la creación, la inspiración que en todo momento lo tentaba y que fue dominada con el tiempo, de tal manera que, logró montarse en ella y cabalgar hasta erigirse en la gran figura mundial que hoy concita la atención en un evento como este.

La pobreza no existía y lo que había era una carga de humildad. Era el gran desafío de escuchar los sonidos de la naturaleza e intentar ver el mundo con los ojos del negro, del indio, de quienes poco han sido oídos y en otras tierras de Latinoamérica han sido extinguidos. Para Yuris es el orgullo de crecer en una tierra donde los niches le hicieron ver un horizonte diferente gracias a sus ancestros.

El norte no estaría marcado por el tan anhelado sueño americano sino la tierra de los galos y la gran torre Eiffel. Una vez culminó sus años de colegio, cargado de ilusiones, con mucho son y sabor, Yuri salió para Francia atendiendo la invitación de un amigo que nunca pensó que iba a estar allí, tocándole a su puerta. 

En ese entonces vendió todo su patrimonio, incluida una moto que se ganó jugando el chance, para lograr transformarse en un hombre en el que los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad lo marcarían para siempre. La voz se pone algo temblorosa y el llanto aparecen cuando se acuerda de esos duros momentos en París.

Cargado con un bongó y una guacharaca comenzó a ganarse la vida montado en los vagones del metro donde recibía con ilusión los francos que le daban mientras adelantaba sus estudios de economía, de la que se arrepintió cuando descubrió que no era lo que esperaba pues en su tierra veía que la subienda del pescado le daba de comer a todos y no había especulación alguna. El ritmo, los compases y la cultura le hicieron entender que el camino correcto era la música.

El deseo de salir adelante contrastó entonces con los duros golpes que le dio la vida. Allí caminando por un puente en París decidió tomar la dura decisión de lanzarse a las frías aguas del Río Senna al frente del teatro Chatelet. Se amarró entonces a su bongó como quien se aferra a su cultura e intentó suicidarse y fue allí donde volvió a ver una luz que marcó su vida. 

De Francia viajó nuevamente a su Buenaventura natal donde anheló manejar un taxi colectivo. Y recién llegó a su tierra del alma, recibió una llamada en la que le informaban que los estudios de Universal querían grabar con él. Un productor de esta firma al montarse en un taxi había escuchado algunos cuantos arreglos que había dejado en tierra gala. Yuri lo pensó dos veces ante los duros momentos que había vivido en París; sin embargo pudo más el deseo de coronar el sueño que ya había sido dominado y con su pinta de salsero emprendió el viaje de nuevo. 

El inmigrante latino conquistaba europa y hacía sentir orgullosos a sus coterráneos. Volvía a dominar los sueños y a saber que a través de la cultura se podía pensar en un cambio para una sociedad que lo estaba necesitando a gritos. Y con el paso del tiempo y la cantidad de éxitos grabados en su ya larga producción ha logrado entonces que las grandes minorías como los negros o los indígenas sean escuchadas en los grandes escenarios del mundo.