Compartir:

Dueña de un estilo poético exigente pero accesible, la escritora Ida Vitale, recompensada ayer con el premio Cervantes, es el último referente de la legendaria 'Generación del 45' de las letras uruguayas.

Trece días después de cumplir los 95 años, Ida Vitale se levantó el jueves a regar sus plantas en su departamento de Montevideo, desde donde se puede ver el río de la Plata. Una llamada telefónica interrumpió el ritual matutino. Del otro lado de la línea alguien le informaba que había ganado el más alto reconocimiento de la lengua española.

'Amanecí con la vida cambiada', dijo esta mujer de pelo blanco y baja estatura, cuya vitalidad hace honor a su nombre. Aún trabaja frente a su computadora rodeada de notas y acude a todo tipo eventos literarios en Uruguay, a donde regresó después de vivir 27 años en Texas, y tras la muerte en 2016 de su segundo esposo Enrique Fierro.  

Hace unas semanas sorprendió a un pequeño grupo de poetas que la esperaban para una cena a la que había sido invitada. De pronto la vieron aparecer caminando en medio de la noche en las solitarias calles de Ciudad Vieja. 'Había llegado sola, en autobús', narró uno de ellos, maravillado.

En los últimos años los premios le cayeron en cascada. Además del Cervantes, en 2015 recibió el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, y en 2018 el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, entre otros.

Considerada por algunos una 'esencialista', Vitale 'tiene la capacidad de unir un discurso sencillo o accesible con un discurso cargado, muy poético. No es una poesía difícil, pero tampoco tan sencilla ni sumamente popular como fue la de Mario Benedetti', explicó el escritor uruguayo Horacio Cavallo, al describir la escritura de esta alquimista de las palabras.

La 'generación crítica'

Ida Vitale, nacida en una familia cosmopolita y culta de Montevideo, conoció de niña a Alfonsina Storni, un día que la poeta argentina acudió a una charla a su salón de clases.

Cuando sus padres se separaron, siendo niña, vivió muy cerca de una tía que le leía en la mesa mientras ella comía tanjarinas. A los 12 años se devoró Guerra y Paz de León Tolstói, un libro que encontró cuando limpiaba un estante de su casa. 

'No te puedo decir lo que era una motivación, leía bastante, más prosa que poesía. Donde el lenguaje brille, basta', dice ahora la escritora.

Su primera publicación La luz de esta memoria (1949) fue con la editorial artesanal La Galatea, de José Pedro Díaz y Amanda Berenguer, una pareja de amigos. Se reunían los domingos para hacer lo que Ida llama 'la experiencia de Gutenberg' porque 'hacer una página nos llevaba una tarde entera, incluyendo el té'. 

Con Díaz y Berenguer formaron parte de la Generación del 45 o 'crítica', integrada además por escritores uruguayos de la talla de Idea Vilariño, Emir Rodríguez Monegal, Carlos Maggi o Mario Benedetti. También fue amiga cercana y colega de otros anteriores, como Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti.  

Después de ese primer libro 'estuve 10 años sin escribir, sentía que estaba lejos de lo que quería hacer', relata la autora, sobre el lapso que tardó para publicar Palabra dada (1953).