Cuando a Gabriel García Márquez le husmeaban en una entrevista en París, en 1959, la historia de Tachia Quintanar, aquella mujer española que el escritor había amado intensamente y que representaba los pilotes de la fuerza emocional en El coronel no tiene quien le escriba, su respuesta para atajar el interrogante fue decir que 'cada persona tiene tres vidas: la vida pública, la vida privada, y la vida secreta'. A Gabo, sin embargo, le han intentado descifrar esas tres vidas. Y muchas otras. Su obra ha fascinado tanto que cada recoveco ha sido un lugar desde donde se intenta conocerlo y comprenderlo.
A Gabo, por supuesto, no le interesaba ese rastro de la vida que vivió. Porque la vida, decía, es 'la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla'.
Desde ese cómo, que no es otra cosa que su misma literatura, se desentraña todo ese monumento construido por este genio de la literatura universal. Tras su partida, los estudios y el diálogo sobre su obra, más que su vida secreta, no solo perduran, sino que se multiplican y renuevan. Así las cosas, Gabo está más que incrustado en nuestra memoria.