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Al tirano de Memorias de un hijueputa (Alfaguara) le fascina ver cómo desaparece el amarillo y el azul de la bandera de Colombia para que esta se tiña, como propone Fernando Vallejo, con 'el refulgente color de la sangre'. Esa decoloración la contempla el tirano desde el poder, desde la encarnación del Estado, desde la estampa de un hombre que sabe cómo desangrar a su propio pueblo.  

La nueva novela de Vallejo, que se presentó ayer en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, es un retrato despiadado y a veces disparatado que como sugiere el título, narra las memorias de un dictador que podría parecerse a cualquier político de este mundo, de este continente o de este país.

La presentación, por su puesto, estuvo cargada de esos dardos filosos que lanza la narrativa de Vallejo, quien conversó con el escritor y periodista cultural Mario Jursich, quien también fue víctima de sus ‘jugarretas’. 

'En esta novela se fusilan todos los expresidentes colombianos: mueren Pastrana, Gaviria, Uribe…', adelantó Jursich entre los aplausos de los asistentes. Y partir de allí, de su mirada sobre las ‘memorias’, dio rienda suelta a un carrusel de preguntas de las que Vallejo supo cómo escapar, burlar y responder con astucia. Hablaron sobre música, arte, literatura y sobre el ser ‘hijueputa’.

'Como casi todas las palabras de este idioma y de otros, la palabra hijueputa tiene múltiples reflexiones y muchas resonancias. Hijueputa ha sido el insulto más grande pero también es encomiosa porque se puede decir -qué hijueputa tan inteligente-', dijo Vallejo.

A Jursich le inquietó que un novelista como él, que ha criticado en buena parte a los escritores del boom latinoamericano, a los autores de novelas de dictadores, vuelva a la carga con un libro que 'entra con facilidad en ese molde'.

'El paraguayo Augusto Roa escribió Yo el Supremo; el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, El señor Presidente; Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca; Alejo Carpentier, El recurso del método, y todos hablan del tirano como si fuera otra persona y no ellos. Yo lo escribí dando la cara como siempre he dado la cara', aseguró Vallejo, que con elogios también le reprochó a Nabokov por su obra.

'Lolita es un libro hermoso de un degenerado, para la gente que cree que es un degenerado, yo no y no me preocupo. Pero era un cobarde, nunca defendió al personaje, quien ama inmensamente a Lolita, una niña de 12 años, y Lolita es un monstruo. La novela está escrita en primera persona y es un momento bello de la literatura', consideró el escritor.

La maravilla del insulto

Durante el encuentro, Jursich logró que Vallejo se fijara en detalles de su novela que le maravillaron o interesaron: sus permanentes elogios a Eugène Ionesco, las teorías y ambiciones traídas por los cabellos del tirano o el 'amor exacerbado por el idioma' de Vallejo.

En uno de los pocos spoilers de Jursich, adelantó una de las propuestas del ‘hijueputa’: 'el tirano tiene problemas con las cordilleras de Los Andes, cree que muchos de los conflictos de Colombia son producto de esa geografía accidental, así que propone derrumbar las cordilleras y dejar todo el país plano'.

'Ya que el personaje no explica cómo haría esto, ¿nos los puedes explicar tú?', le preguntó Jursich a Vallejo.

'Es que es absolutamente necesario. La capa vegetal de Colombia no es como la pampa de Argentina, hay montañas que se llevan por delante a los barrios, con la lluvia no pueden con tanta agua y se derrumban (…) Hay que aplanarlas y así se reduce el territorio pero, ¿cuál es problema? 45 millones de personas pero si yo los voy a rebajar a 500 mil… ahí caben', fue la respuesta sarcástica de Vallejo, que hizo estallar al público en risas.

Con ese tono, esa ironía y astucia para responder como quería, Vallejo ofreció a sus lectores una presentación que no solo los hizo reír, sino que puso en aprietos a su entrevistador, que en varias ocasiones buscó cómo reformular sus preguntas para que Vallejo no se saliera con la suya. 

Sobre la conversación, Jursich apuntó que 'oyendo a Vallejo ninguno de ustedes podrá pensar, evidentemente, que esta novela tiene ni siquiera un atisbo mínimo de corrección política'. Y dio un ejemplo: 'en algún momento el tirano dice que la celebración del Día de la Madre es una apología al delito'.

Es que para Vallejo, quien ve una belleza profunda en el insulto, 'la blasfemia se eleva a categoría teológica' y lo único que tiene que tener moral 'es la sociedad' y no las novelas. 

'Pero la moral nunca ha existido', dijo Vallejo.