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Tuvo una obsesión: el color, con una obra viva en ciudades como París, Londres o Nueva York, así como en las calles de su natal Caracas. Carlos Cruz-Diez, quien se despidió el sábado a los 95 años, es historia del arte universal.

Sus 'fisicromías', mezclas de colores que danzan al ritmo del movimiento del observador, se convirtieron en símbolos del op art. Desde Venezuela, junto con otros artistas como Jesús Soto o Juvenal Ravelo, protagonizó una de las corrientes de mayor fuerza en el cinetismo.

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'Tiene una invención: la metamorfosis del color. Ocurre con el desplazamiento del espectador, con gamas de colores que no se perciben si estás estático frente a la obra. Una vez empieza el movimiento, ocurre la metamorfosis', comentó hace algunos meses a la AFP Ravelo, discípulo y amigo del maestro.

Lúcido hasta el final, incansable, Cruz-Diez jamás dejó de trabajar desde que empezó a estudiar en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas en 1940.

Murió en París, por 'causas naturales' y 'rodeado de su familia', según un comunicado divulgado este domingo en la página web dedicada a la difusión de su obra.

Nacido el 17 de agosto de 1923 y criado en el barrio caraqueño de La Pastora, el color le enamoró desde niño, cuando mutaba ante sus ojos al rebotar la luz en los vidrios de las botellas de gaseosa de la fábrica artesanal que regía su padre. Y hasta el final de sus días, con cabellos y barba grises por el paso del tiempo, siguió esa pasión.

El color es 'una situación efímera, una realidad autónoma en continua mutación' y, como los hechos, tiene lugar 'en el espacio y en el tiempo real, sin pasado ni futuro, en un presente perpetuo', comentaba Cruz-Diez, analizando su propia obra.

Ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas en 1971, adquirió fama mundial con reconocimientos en Argentina, Brasil, Francia, España y Estados Unidos, entre otros países.