Compartir:

Lo primero que vemos es una sala iluminada en la entrada, pero penumbrosa a la medida que nos acercamos a la pared del fondo. A mano derecha, una alta máquina que casi roza el techo ensamblada con el picahielos manual de los vendedores de ‘raspaos’. Un sensor en su mecanismo intervenido hace que se active y empiece a girar y a emitir sonidos cuando un visitante se aproxima.

Esta es la primera estación de la exposición Sonámbulo, que por estos días alberga la Sala Múltiple del Museo del Caribe. El hecho de que uno deba bajar las escaleras del Museo para llegar ahí, alejarse de las salas principales y entrar en esa especie de sótano casi en penumbras, anticipa una imagen en el espectador: el fondo de la historia que presenciaremos es iluminado y oscuro, su origen es de luz —ordinario como el hielo—, pero a medida que avanza se ensombrece o enrarece.

Para García, esta primera estación parece ser tan determinante como la primera frase de Cien años de soledad, el libro de Gabriel García Márquez que es corazón de su exposición. En ambas obras hace presencia el hielo, que para el artista es 'el origen del universo en el Caribe, el momento en que se da el contacto y el despertar de la conciencia'.

La siguiente estación es la más elaborada del conjunto, un tríptico con el que el autor quería destacar los componentes religiosos y populares de la llamada —como recuerda— 'Biblia latinoamericana'. En la parte de atrás encontramos el primer párrafo del libro escrito a la manera de un manuscrito iluminado, con letra capital y pequeños ornamentos coloreados ostensiblemente. Del otro lado aparece una puesta en escena con el coronel Aureliano en un huevo (motivo que se repite en las siguientes estaciones), y debajo un árbol genealógico, en el que el artista quiso ilustrar cada personaje con un traje que aludiera a un aspecto de su carácter.

La parte delantera del tríptico contiene quizá el momento más elocuente y elaborado de toda la muestra. Sobre un fondo dorado, una serie de imágenes pegadas y distribuidas en las tres divisiones hacen, a la manera de polaroids hechas a mano ('que desaparecen como Macondo'), una lectura, un acercamiento, un recorrido e incluso un homenaje del mundo de Cien años de soledad.

Así vemos por ejemplo, un polaroids-collage de la muerte de José Arcadio, con lana roja en alusión al hilo de sangre que en la historia del libro serpentea las calles de Macondo y llega hasta Úrsula Iguarán. Una máscara mesoamericana representa el rostro del muerto de cuya boca sale el hilo, que desemboca en el mismo oído del muerto del que mana la sangre en la narración.

Otros momentos que vemos ilustrados o abordados en esta parte de la muestra son el exterminio de los hijos del coronel Aureliano Buendía; la desaparición de Macondo; la famosa frase de 'en Macondo no ha pasado nada', entre otros sucesos que persiguen la cronología del libro y que son tratados mediante dibujos, fotografías, autorretratos, recortes de revistas, rostros icónicos, con técnicas mixtas que a cada tanto quiebran la bidimensionalidad y el formato propuesto.

En las siguientes estaciones vemos un gran candelabro con huevos debajo de unas jaulas que contienen reproductores de sonidos: pitos, algarabías del mercado que recuerdan a la estruendosa llegada de los gitanos y vendedores a Macondo. En la estación de la muerte aparece el personaje llamado Soledad, un esqueleto que Fernando García inventa e instala en una mecedora, al lado de una mesita de noche en la que vemos una lámpara amarillenta, un reloj alrevés, un ovillo y una desgastada edición de Cien años. En los brazos, Soledad sostiene una cometa que en principio García quiso convertir en la mortaja de Amaranta, pero luego de un viaje a las playas de Bocas de ceniza, al descubrir que los pescadores recurrían a las cometas para atrapar peces, decidió hacerla parte del oficio de esta muerte que apoya los pies en un guacal lleno de máscaras de cartapesa (papel aglutinante): los rostros de los muertos de Macondo y de la violencia del país.

Justamente la exposición (cuyo título alude al terreno fronterizo del dormir y el despertar, una realidad en la que lo ficticio y lo real se mezclan en los discursos políticos, en la llamada historia oficial y la vida diaria), finaliza con una imagen de la violencia y de los muertos actuales: la pared del fondo, casi sin luz, está ocupada por titulares de periódicos populares que anuncian en grandes y coloridas letras los muertos más sonados de la víspera.