En algunos locales de la antigua Casa Vargas los libros funcionan como estante, asiento, alfombra o muro. La esquina de un libro que sobresale de una pila de textos escolares sirve de apoyo para otro; otros cubren la pared formando torres o anaqueles, ocupando una orilla e incluso sosteniendo una estera metálica.
Son las 10:05 a.m. y los libreros del Centro Cultural del Libro se acomodan en sus espacios. Hay estantes que se salen del espacio del local (casi todos de 1.50 x 1.50m) y se toman parte del pasillo. Los vendedores charlan entre ellos, se ríen, se quejan, suben o bajan las esteras ruidosas, toman asiento en un taburete y con un abanico colgado al techo aguardan la llegada de los clientes.
Pero no llegan. Y en el transcurso de la mañana, en especial quienes ocupan los locales del fondo, tendrán que salir a buscarlos a la calle, a ver si logran atraer a uno. También llegará gente a almorzar en el restaurante del segundo piso.
Los traslados
En el edificio de 4 pisos hay 78 locales para igual número de vendedores (o 'expendedores de libros', como dice Dairo Arteta, presidente de la Asociación de Libreros del Centro de Barranquilla, Asolicenba). La distribución de los lugares, como explicó Ciro Reyes, administrador del Centro Cultural del Libro, se adjudicó mediante sorteo cuando fueron reubicados allí, el 22 de marzo de 2014.
Como si se tratara de inmigrantes, los libreros, vendedores o expendedores llevan consigo el recuerdo de un lugar en donde eran mejor acogidos. Todos los entrevistados por EL HERALDO coinciden en que en la Plaza de San Nicolás vendían más.
José Arteta ostenta el local número 1, y no pareciera haber sido adjudicado por sorteo, ya que este hombre de 78 años que se desplaza en bus desde el barrio Las Nieves vende libros desde 1971, según contó.
En un banquito tiene una vieja radio con antena e indicador de frecuencia redondo que sintoniza Emisora Atlántico. Mensualmente pagaría 45 mil pesos de mantenimiento, pero con la pandemia dejaron de cobrarlo. En septiembre los vendedores regresaron después de seis meses de encierro, que en su caso era además obligatorio por la edad.
Arteta empezó a vender libros en la carrera 41, entre calles 32 y 33, cerca del almacén Iris. Allí permaneció unos '20 o 25 años'. Después estuvo en la Plaza de San Nicolás, frente a El Rebusque. 'Estábamos al aire libre; teníamos un tendido que nos cubría del sol y del agua', comenta.