Compartir:

Ramón Illán Bacca comenzaba a veces sus columnas con una pregunta que alguien le hizo. ¿Cómo se escribe un cuento o una novela?, por ejemplo. A partir de entonces se desplegaba, generosa y sin reticencias, su voz: datos, anécdotas, digresiones, reflexiones, contexto, experiencias propias. Y lecturas, muchas lecturas, como las rarezas literarias y los clásicos que citaba o recomendaba desde sus diferentes tribunas: la prensa escrita o la mesa del café, el salón de clases o la vereda pública, el andén que era su plaza o que demostraba que él no necesitaba una y que con caminar, con moverse a pasos cortos le bastaba.

De pocos autores puede decirse que crearon un pequeño reino de admiradores en pasillos universitarios y en las calles, en los estantes de bibliotecas públicas y librerías de viejo. Un reino, sí, de pocas cabezas, angosto, mas no estrecho: 'Poco público, pero muy selecto', como decía, halagando a su audiencia. 

En Bogotá o Barranquilla pueden encontrarse a diez mil pesos los ejemplares de ediciones viejas de sus novelas. Él mismo una vez se enfrentó en los ‘agáchate y cógelo’ de la San Nicolás a un ejemplar suyo de Deborah Kruel (1990); señalándola, dijo que ahí estaba 'una novela de un gran autor'. Un cliente indiferente le respondió que tenía un error ortográfico en el título.

Escritores barranquilleros o residentes en la ciudad como Fabián Buelvas, John Better, Juliana Enciso y un número indeterminado (selecto) de estudiantes, reconocen en Bacca la importancia de su magisterio, que él tornaba acogedor por la amistad y el ingenio. Una vez, antes de tomar su apetecida sopa del sol en Crepes & Waffles, una escritora le preguntó cómo podía recomendar un libro sin terminar de leerlo: 'No hay que comerse la manzana entera para saber si está buena', dijo. Pero otras veces, como en una entrevista, podía decir: 'Yo no quiero recomendar nada a nadie, nunca. Que cada cual se busque a sí mismo y se encuentre, si es que lo logra. Me he equivocado tantas veces que me niego a hacerlo'.

En las calles podían saludarlo desde una buseta al cruzar la 72, o cuando entraba en la Librería Nacional, donde los libreros le guardaban sus revistas favoritas. En Casa Jharikanda, el restaurante donde almorzaba, era abordado con emoción por buena parte de la clientela. Rara vez quedaba en blanco preguntándose quién se le acercó. En algunos casos los invitaba a su mesa o quedaban para un siguiente encuentro.

Bacca se interesó en las publicaciones académicas, pero también en la prensa escrita, amante como era de los periódicos y de las revistas. De ellos, de las conversaciones con los contertulios, del lenguaje oral (con sus chismes y salidas estrambóticas) y del cuestionamiento de la historia oficial tomaba buena parte del material de sus notas periodísticas y ficciones. La suya, por eso, fue y es una mirada a contrapelo de los hechos. Lo que vio e imaginó lo incorporó con gracia y humor a su conversación oral o a esa conversación escrita que eran muchos de sus textos.

Desde su primer volumen de cuentos, Marihuana para Goering (1980), al que fue adicionándole nuevas piezas acogidas cada cierto tiempo en títulos y editoriales distintas, pasando por las novelas Deborah Kruel, Maracas en la ópera (1999), Disfrázate como quieras (2002), La mujer barbuda (2011), hasta los textos periodísticos Escribir en Barranquilla (2013) y Crónicas casi históricas (2007), amén de todavía incontadas columnas, los lectores pueden apreciar la obra de un autor que escribió desde la conciencia de ser 'minoritario' y 'marginal'. Esto, precisamente porque le pesó, lo explotó hasta convertirlo en parte de su singularidad y su fuerza como autor.