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La obra de Beatriz González es una casa con muebles, cortinas, fotografías y cuadros de múltiples formatos. Sus habitaciones, repletas de contrastes, variaciones y repeticiones, contienen la historia de Colombia tal como nos las han descrito por años la prensa escrita y los relatos oficiales, pero atravesada por lo que la mirada y la curiosidad de esta artista bumanguesa han rescatado entre lo inicuo, lo frívolo y lo brutal de los hechos del día a día.

El pasado 15 de octubre se inauguró en el Museo de Arte Miguel Urrutia (Mamu) de Bogotá una retrospectiva que recoge su producción artística a lo largo de más de 60 años, y desde el 30 del mismo mes incluye por primera vez una muestra curada con sus archivos, pieza fundamental de su proceso de creación. ‘Beatriz González, una retrospectiva’ y ‘Los archivos de Beatriz González’ estarán hasta el 7 y 8 de diciembre, respectivamente, en las salas de dicho espacio perteneciente a la red de Museos del Banco de la República.

Desde la icónica Los suicidas del Sisga (1965), cuyo origen fue una fotografía reproducida por la prensa de una pareja de suicidas, hasta obras más recientes como Los desplazados (2015), que retrata la migración de venezolanos al país, la retrospectiva permite que el espectador visite las piezas con las que la artista subvirtió desde distintos enfoques los hechos nacionales.

Nacida en Bucaramanga en 1932, hija de Valentín González Rangel y Clementina Aranda Mantilla, en 1959 ingresó a la Escuela de Artes de la Universidad de los Andes, dos años después de asistir a un curso sobre el Renacimiento italiano dictado por Marta Traba.

En aquellos años se dedicó a hacer —tal como ella misma lo cuenta en la visita guiada disponible en el canal de YouTube @Banrepcultural— reproducciones o 'versiones' de obras del arte occidental de pintores como Velásquez y Vermeer, animada por su maestro el pintor Juan Antonio Roda. 'Había encontrado una cosa clave: que yo no podía partir del natural sino de algo elaborado por otro', dice en el recorrido en video en una sala en la que cada obra va adquiriendo una relación poderosa en el conjunto. 'Yo no puedo pintar un salón, un espacio, yo tengo que partir de algo dado; eso se convirtió en una filosofía de mi vida', añade.

A pesar de este descubrimiento, no faltaron las crisis. González no quería ser catalogada como 'una señora que pinta'. Ya había exhibido en el Museo de Arte Moderno de Bogotá y ganado una mención en el Salón Intercol de Pintura, cuando, buscando alejarse de la pintura, se acercó más a ella: la fotografía de una pareja de suicidas en el diario El Tiempo le llamó la atención. En la foto el amor, la muerte y el pecado eran centrales (la pareja del Sisga dejó una carta en la que describía su muerte como la escapatoria de un mundo de pecado). También le interesó por sus componentes visuales: una imagen plana, en la que poco se reconocían los volúmenes, evocadora de los carteles publicitarios, en la que las manos de los amantes, que sostienen flores, se funden por la baja calidad de la impresión, ya que, como ha contado la artista, El Tiempo había sacado la imagen de una foto de El Espectador. González la usó como referencia para su pintura con la que ganó el Salón Nacional de Artistas de 1965.

En adelante empezó una exploración que la llevó a dibujar en pastel al presidente de EE. UU. Lyndon B. Jhonson después de encontrar una fotografía suya de niño en la revista Life. Lo pintó como niña en distintas versiones de la Niña Johnson (1965), a punta de crayones. También hizo lo propio con cuadros con la reina Isabel (La reina Isabel se pasea por el puente de Boyacá, de 1968).