Tuvieron que pasar casi 40 años para que Miguel Falquez-Certain pudiera ver publicada su novela La fugacidad del instante. Todo comenzó en la década del 70, o quizás antes, sin saberlo, cuando era estudiante en el colegio San José y se encontró con la literatura y la magia.
Muchas de esas experiencias vividas son el insumo principal en la historia del niño Carlos Alberto Rivadeneira, protagonista de la historia. Como su autor lo señala, en síntesis el texto 'tiene muchos tintes autobiográficos porque se nombran sitios y acontecimientos, personas públicas que coinciden con la realidad, pero toda la novela es una ficción'.
'La novela la empecé a escribir en Colombia desde los años 70, cuando vivía en Barranquilla. Yo estudié Economía tres años en la Universidad del Atlántico, al mismo tiempo hice tres años de Derecho en la Libre, y después estudié Música en el conservatorio. También fui director del Cine Club de la Alianza Francesa, luego fundé el Cine Club de Barranquilla. Entre el 73 y 74 ejercí la crítica de cine en EL HERALDO, El Nacional. Hice parte de un grupo de intelectuales que creamos el suplemento literario del Diario del Caribe con Alfredo Gómez Zurek, Ramón Illán Bacca, Margarita Abello, Carlos J. María. Ahí publicaba crítica de cine, poesías y cuentos. En ese tiempo empecé a escribir la novela que terminé en 2015. No lo hice antes porque no estaba preparado, no tenía los recursos de investigación que ofrece Internet', comenta Falquez-Certain desde Nueva York, donde empieza a llegar el otoño con su brisa fría.
Así las cosas, 'cuando ya tenía todos los elementos, la paz y la tranquilidad' para poder sentarse a escribirla por las madrugadas, se sentó frente a su computador desde el 1 de enero hasta el 15 de septiembre de 2015, entre las 12 de la noche y las 5 de la mañana para darle vida al universo del niño Rivadeneira que habita principalmente entre Barranquilla y Nueva York. Luego, desde esa fecha hasta el 15 de diciembre hizo más revisiones, reconstruyó capítulos y reordenó segmentos para darle forma a la novela final.
Cuenta el escritor barranquillero que una vez terminada vino el proceso de encontrar quién se la publicara. Básicamente 'la gente no quería leerla por su extensión, tenía 740 páginas y quedaron 683'.
'El editor Eduardo Bechara Navratilova se interesó en la novela, la leyó de principio a fin y sin ningún preámbulo decidió publicarla. El proceso de edición comenzó en agosto del año pasado. Ya salió de la imprenta, fue un proceso largo pero finalmente el covid no me mató y estoy con vida. Lo importante es que ya salió'.
Navratilova (Editorial Escarabajo) opina que La fugacidad del instante 'marca una época, una lucha y el inicio de una forma de pensamiento libre. Es revolucionaria, con un narrador que se hace querer y una narración muy solvente, con palabras hermosas, cargada de poesía en algunos momentos'.
Manuela Córdoba, en la contraportada, escribe que la novela convierte la escritura en una herramienta para reinventar la narrativa autobiográfica.
'La manera cómo recordamos nuestro propio pasado puede ser un lugar oscuro, inestable y desordenado. De ahí que las aventuras, romances, descubrimientos, derrotas y victorias de Carlos Alberto (el narrador y aparente autor de la novela) se vayan construyendo a manera de collage. Más allá de construir una ‘verdad’ sobre su propio pasado, la novela se convierte en una autoafirmación de su identidad sexual, pese a la carga de una sociedad conservadora'.
Para Falquez-Certain lo más importante en su historia 'es la trayectoria del niño porque es una novela episódica compuesta de 24 capítulos'. 'Todo es narrado desde el punto de vista de Carlos Alberto Rivadeneira, un personaje que yo creé desde los años 80 y aparece en mis cuentos. Él tiene 17 años, está a punto de graduarse en el Colegio San José de Barranquilla y empieza a contar su historia desde el momento en que nace en 1948, (como un narrador omnisciente en ese momento) año en que mataron a Jorge Eliécer Gaitán. Empieza a contar desde que es un niño, toda su educación sentimental, sexual e intelectual, cómo va descubriendo el sexo, los libros, la literatura que va leyendo a los 14, 15 años, su vida en el San José desde que tiene 11, toda la reconstrucción del mundo de la magia con personajes reales que sí existieron y que fueron en la práctica mis maestros, primero mi papá, después Emilio Álvarez Correa y el mago Richardine que en la novela aparecen con nombres ficticios'.
Como mago la última presentación del escritor fue en 1975, en España, en un show para la embajada estadounidense y sus marines en ese país. Algunos amigos del colegio, cuenta, le preguntan con insistencia si sigue en la magia. Él contesta que no, aunque cuando uno escucha su historia y todo lo que luchó para tener en sus manos su novela, es inevitable no pensar que en el mundo literario a veces se necesita de un poco de magia para que las letras salgan del sombrero, vean la luz.