Compartir:

Antes de entrar en la Biblioteca Piloto del Caribe hay que atravesar el parqueadero, caminar por las pérgolas y jardines de los pasillos exteriores, seguir por la terraza de columnas de la fachada y aplicarse el nuevo alcohol en gel que funciona en un dispensador con sensor.

En la recepción el usuario, una vez se frota los zapatos con el tapete de desinfección, deja sus cosas y sube al segundo piso de la Biblioteca que el pasado 18 de noviembre cumplió 26 años de operaciones, los cuales ha permanecido siempre en el edificio de La Aduana, espacio que también alberga a la Galería de La Aduana, el Auditorio Mario Santo Domingo, el Archivo Histórico del Atlántico y la Plaza.

Este 14 de diciembre abrió sus puertas tras más de 9 meses de cierre por la pandemia. Lo ha hecho bajo el sol decembrino y con el estímulo del reciente Premio Nacional de Bibliotecas Públicas otorgado por el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia entre 176 postulaciones de distintos municipios.

'En estas circunstancias uno no sabe si alegrarse', dice su director, Miguel Iriarte, quien, 'autocríticamente', destaca que el trabajo 'es tan intenso que a veces no hay tiempo para tener unos espacios de reflexión, de revisión'.

La apertura la ve como una oportunidad de 'tomarle la temperatura' a la situación actual y saber cómo empezar el próximo año. El Premio, reconoce, 'es una cosa positiva, una reafirmación de su situación en la Red Nacional de Bibliotecas', a las que les costó ingresar por no ser del todo de carácter público, ya que una entidad privada, Clena (Corporación Luis Eduardo Nieto Arteta), les ha permitido ser 'distintos'.

¿Pero distintos a qué? La Piloto del Caribe no es sólo 'un deposito organizado de libros que presta unos servicios'. Es una biblioteca con una revista (Viacuarenta), un festival de poesía (PoeMaRio), una galería, y un Maletín Viajero, programa desarrollado en alianza con Transelca que lleva libros en la región a escuelas sin biblioteca. Además, una agenda cultural con exposiciones, charlas y cineclubs que en cuarentena se trasladaron a la virtualidad, complementan su oferta.