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El gran temor de Úrsula, basada en algunos casos vividos por sus antepasados Buendía-Iguarán, es que alguno de sus descendientes vaya a venir al mundo con cola de cerdo o de iguana, por los tradicionales lazos de consanguinidad y endogamia que vienen dándose en la familia.

Por lo mismo se ha opuesto a que su marido consume sexualmente la unión, utilizando para impedírselo el subterfugio de un improvisado cinturón de castidad hecho de lonas y pitas, que resiste hasta cuando Prudencio Aguilar pone en duda la virilidad de José Arcadio Buendía. Úrsula viene a representar entonces la fuerza familiar, el centro de la casa, la mente razonadora que controla los proyectos descabellados de los Buendía. Es ella la que está dispuesta a morirse para que su marido desista de abandonar a Macondo y buscar otras tierras, argumentando que pueden irse pues aún no se les ha muerto nadie.

Es ella la que, siguiendo la vía de los gitanos, pone a Macondo en comunicación con el mundo de la civilización, cuando se va buscando rescatar al hijo, José Arcadio, quien se había marchado con los gitanos. Úrsula está convencida de que los gallos de pelea, la guerra, las mujeres de mala vida y las empresas delirantes son las cuatro plagas que destruyen la vida familiar de los hombres de su familia.

Son muchos los hechos que van mostrando la fortaleza de esta 'hormiguita arriera' que es Úrsula, una representación del temple de nuestras abuelas caribeñas por mantener unidas a sus familias. De ella, dice la novela: 'Activa, menuda, severa, aquella mujer de nervios inquebrantables, a quien en ningún momento de su vida se la oyó cantar, parecía estar en todas partes desde el amanecer hasta muy entrada la noche, siempre perseguida por el suave susurro de sus pollerines de holán. Gracias a ella, los pisos de tierra golpeada, los muros de barro sin encalar, los rústicos muebles de madera construidos por ellos mismos estaban siempre limpios, y los viejos arcones donde se guardaba la ropa exhalaban un tibio olor de albahaca.'