Nos hemos resistido hasta ahora de tocar ese punto; inclusive por considerar que carece por completo de interés público, que siempre es y debe ser lo principal, o como dicen en música, el 'leit motiv', lo fundamental de una situación. Hasta los amigos nuestros están divididos, entre quienes hasta ayer nos han acompañado en el discreto silencio que hemos guardado y aquellos que dicen que debemos pronunciarnos para salirles al paso a los esparcidores de la maledicencia, que hace estragos en comunidades como la nuestra.
Al fin nos hemos dejado seducir por los amigos que quieren, no un debate, ni mucho menos, sino una especie de esclarecimiento acerca de como se expulsa a un cronista deportivo de su órgano de comunicación que ha sabido llevar a cabo una tarea de nada menos que 20 años de labor impecable acerca de la veracidad y pulcritud sus actuaciones periodísticas en el deporte.
¿Por qué perdió este periodista una de sus fuentes de trabajo en tan largo tiempo, sin que mediara el más mínimo y previo detalle en la puntualidad y certidumbre de su trabajo? No lo sabemos. Ni siquiera lo hemos podido imaginar, de lo tan sorpresivo que fuera. Por el contrario, siempre engalanando como estuvimos, incluyendo una elección de personaje escogido, cuya elogiosa presentación en público estuvo a cargo de quien luego nos habría de ‘degollar’ en el oficio.
En todo esto hay un punto sobre el cual guardamos un rescoldo de íntima satisfacción, sobre la forma como consciente o inconscientemente –eso sí que no lo sabemos, ni creemos que deberíamos preguntarlo– para comunicarnos la decisión que fundamenta este artículo que es el primero y último sobre el tema. Vayámonos de relato fiel e irrefutable:
A las 12 y 30 p.m. llegaron a nuestra residencia dos señoritas enviadas por la Universidad Autónoma con una carta. Ya terminaba este columnista de almorzar cuando se le aviso y acudimos de inmediato a atenderlas, para toparnos con una comunicación del doctor Romero en la que se anunciaba nuestro despido laboral. ¿Las 12 y 30 p.m. es una hora indicada para eso? ¿Se hizo inintencionalmente o no? Y si el destinatario tiene ya 90 años de edad, ¿no es esa circunstancia una verdadera amenaza para su integridad física? Nos vemos las caras, ma0s no los corazones, suele decirse.
Pues, frente a todas las apariencias que eso tuvo, supimos asimilar serenamente tamaño latigazo, despidiendo amablemente a las emisarias, como ellas pueden certificarlo. Entre personas decentes es lo indicado. Hemos tenido un timbre de orgullo acerca de la reciedumbre mental que creemos nos apoya, que nadie lo dude. Es todo lo que tenemos que decir, por primera y última vez. Gracias por el generoso respaldo que hemos recibido.
Por Chelo De Castro