Con la sencillez que lo caracteriza, se bajó de la camioneta negra que lo transportó hasta la Alcaldía para recibir las llaves de la ciudad y la placa que lo acredita como un huésped ilustre de Cartagena.
'Espero que no sea la última vez que visite por acá. Siempre quise venir a conocer, me siento orgulloso de estar aquí. No conocía la ciudad, me habían hablado muy bien de ella, pero una cosa es saber y otra es venir a verla', dijo al recibir el homenaje, rodeado de una docena de periodistas, y los niños que buscaban un autógrafo y sacarse una foto con la estrella. Se trata de Robinson Canó, el beisbolista dominicano, de 31 años, y que desde esta temporada firmó un contrato que lo une a los Marineros de Seattle por 10 años y 240 millones de dólares.
Camiseta gris, gorra negra, bombachos azules y zapatos tenis, vestía el segunda base, cuatro veces ganador del Bate de Plata y dos veces dueño del Guante de Oro, en su visita por Cartagena, en una gestión de su amigo Fredi Aycardi para que pasara unos días de confort en la Heroica.
La temperatura superaba los 32°C, y el nacido en San Pedro de Macorís, volvió al vehículo para arribar al estadio 11 de Noviembre. Allí era esperado por cientos de niños con sus padres de familia para escuchar los consejos de uno de los mejores segunda base que ha tenido el béisbol de las Grandes Ligas.
Reunió a los muchachos en cercanías a la segunda base, y mientras todos se miraban atónitos al no creer tener a uno de sus ídolos en frente, éste habló: 'Tres cosas claves les digo, primero siempre busquen de Dios, segundo honren a sus padres, y tercero háganle caso a los coachs, quienes saben qué tienen que hacer, y los dirigentes quienes nos enseñan y siempre nos están mirando'.
De repente apareció en escena Ernesto Frieri, quien se acercó a Canó, y tras cruzarse en un abrazo le recordó aquella noche en el Yankee Stadium, cuando con una recta logró sacar de posición al dominicano y ese ponche, con bases llenas, le daba al bolivarense un nuevo salvamento en la temporada.
Al salir del estadio, paró la camioneta que lo transportaba al frente de la mesa de fritos, para degustar de la típica comida caribeña. Arepa’e huevo, empanadas, carimañolas, etc, pasaron a ser el menú de la comitiva en la tarde cartagenera.
'Se me hizo el día', expresó la fritanguera, 'no había vendido nada y ahora ya se me acabó la masa. Gracias muchachos', sentenció emocionada.
Llegó la noche y el andén de la casa que alquilaron en el histórico barrio de Getsemaní sirvió de tertuliadero para Canó, Aycardi y todo el grupo. Recordando momentos, hablando de pelota y de la ciudad, de la cual quedó impresionado.
'Déjame felicitarte Fredi, qué ciudad tan bonita tú tienes', añadió Canó, mientras recorrían las calles del Centro Histórico.
Las Islas del Rosario fueron su destino al día siguiente, sin embargo recortó el paseo para poder visitar a su amigo, su hermano del alma, el lanzador cartagenero Javier Ortíz.
Los habitantes de Olaya Herrera, un populoso barrio de la ciudad, veían como una de las estrellas de la constelación del béisbol, disfrutaba de una partida de dominó mientras esperaba el sancocho que la madre de Ortíz preparaba para los invitados. 'Javier es mi hermano', sostuvo mientras su rostro dibujaba una leve sonrisa.
Mientras trataba de deshacerse del ‘doble seis’ reía junto a Ortíz, y sus acompañantes. Cuentos de aquella época, cuando Canó y Ortíz compartían cuarto en el equipo de las menores de los Yanquis, soñando con algún día estar en las Mayores, hacían parte del repertorio.
Robinson Canó accedió a firmar autógrafos y a tomarse fotos con los niños, en Cartagena.
En horas de la tarde, el secreto a voces se confirmó. Robinson partió una vez más hacia el estadio 11 de Noviembre, donde fue invitado a hacer el lanzamiento de la primera bola.
Ovacionado por los 6 mil espectadores que se apostaron en las graderías, Canó le pidió el guante a Jhonatan Lozada, segunda base de los Tigres, y caminó hacia el terreno de juego.
'Si me dejan caminar llego hasta el pitching play y lanzo la bola', le dijo Canó a Fredy Jinete, jefe de prensa de la novena ‘felina’, al ver el alboroto de los niños que buscaban una foto.
Con Javier Ortíz en la caja de bateo y Ernesto Frieri en la receptoría, Canó lanzó una recta alta que sirvió para que el estadio reventara de júbilo por este momento histórico, que quedaba para la posteridad en sus retinas.
Firmó algunos autógrafos más, los flashes disparaban de un lado a otro. Los peloteros de ambas novenas a enfrentarse también aprovecharon el momento y se sacaron sus postales con el que por 8 años tuvo en su espalda el número 24 de los Mulos del Bronx.
'¿Cómo te ves en 20 años? ¿Te volverás político?, ¿te gusta la política? ¿Sueñas con llegar el Salón de la Fama?', preguntaba un insistente periodista.
'Ya me quieren retirar', dijo entre risas. 'Aún me queda mucha pelota por dar', siguió. 'El Salón de la Fama, ese es el sueño de cada jugador, pero creo que falta bastante por jugar', afirmó.
'Le doy gracias a Dios porque lo que quería ya se dio, que era el contrato. Ya quiero llegar a los campos de entrenamiento para conocer a mis nuevos compañeros', dijo Canó.
'Título de Serie Mundial, Clásico Mundial de Béisbol, ¿Qué hace falta en la vida de Canó?', volvió a insistir el periodista.
'¿Que qué me falta? Vida y salud. Nada más. Que Dios me dé vida y salud para seguir haciendo lo que sé hacer', enfatizó.
Cartagena fue una de las escalas de Robinson Canó en su camino al éxito. Al lugar donde posan todas las estrellas que alumbran con luz propia en el firmamento del béisbol mundial.