Hay una advertencia del continente africano contra los racistas: no ir al Mundial de Fútbol en Rusia 2018 en señal de protesta.
La iniciativa es del marfileño Yaya Touré, jugador del Manchester City, que explotó en octubre del año pasado tras un partido en la Liga de Campeones de Europa, víctima de los cantos xenófobos en el estadio del CSK de Rusia.
Seis meses después de la propuesta de Touré, de las más serias tras una agresión, aprobada por el Sindicato de Futbolistas, y la Fifa tomó atenta nota reuniéndose con el marfileño, cae una nueva cerilla al fuego. El brasileño Dani Alves, jugador del Barcelona, se come una banana al ser tirada desde la tribuna por un aficionado del Villarreal.
El caso subraya el problema y atiza el peso de la Fifa sobre la Uefa y las 209 asociaciones afiliadas. El próximo 31 de mayo se cumplirá un año del Congreso número 63 del máximo organismo, el cual endureció las sanciones contra el racismo.
Advertencias, prohibiciones, multas, cierres de escenarios para aficionados, deducción de puntos y exclusión de categorías, fueron las medidas adoptadas. Se han cumplido con el cierre de la tribuna parcial del estadio del CSK y la prohibición para volver a entrar a un estadio para el aficionado del Villarreal que tiró la banana a Alves.
Joseph Blatter pide más sanciones y cierres a la Uefa, organismo rector del fútbol en Europa que es el continente deseado por los máximos talentos de todo el mundo, para frenar el racismo. Nada nuevo si nos remitimos a las resoluciones de la Fifa. 'Lo que necesitamos es eliminar equipos y quitarles puntos', propuso Blatter en octubre del año pasado.
Los futbolistas miran con suspicacias las declaraciones de los dirigentes. 'Espero que toda la repercusión, que comenzó como una broma sin preocupaciones, dé resultado', reconoció Dani Alves a la cadena o Globo de Brasil, tras darle la vuelta al mundo su reacción de comerse la banana.
Los antecedentes de racismo en estadios y entre futbolistas nos muestran que es un problema social que va más allá del aliento de la masa, de las relaciones humanas, del lenguaje de los dirigentes, que no se afronta con argumentos. 'Blancos o negros, todos tenemos fútbol debajo de nuestra piel', reflexionó el futbolista portugués Eusebio (1942-2014), la pantera de Mozambique, hastiado del pito en los oídos de la grada que gritaba en los años 60 y 70.
Paul Elliott (Inglaterra, 1964), descendiente de jamaicanos y primer capitán del Chelsea, ex del Celtic y líder internacional en la lucha contra la discriminación en el fútbol, es preciso en que todo se basa en los derechos humanos básicos. Elliot invita a darse cuenta de la magnitud del problema no solo desde la tolerancia cero y las sanciones. 'La educación en el fútbol base, los modelos, los líderes. Eso es lo que necesitamos'.
Con toda una vida en la lucha y contando que también le lanzaron bananas en campos de Escocia y escuchó aullidos simiescos, Elliot reconoció un error como presa de una sociedad que discrimina desde las palabras y actitudes racistas.
En febrero del año pasado salió a la luz que llamó 'nigger (negrata)' a un excompañero de equipo. Su reacción fue dimitir de sus cargos en la Federación Inglesa y la Uefa y defender que es 'inadmisible' que los jugadores sean discriminados en el campo en pleno siglo XXI. 'Nadie lo aguantaría en su trabajo', contó a El País de España.
El doctor en Ciencias del Deporte de la Universidad de Alemania Carlos Vargas Olarte explica que hay un origen en hechos históricos y políticos que no pueden apartarse en el estudio del fenómeno. 'En la historia las conquistas de las potencias europeas al tercer mundo, el colonialismo; en Estados Unidos, la lucha social entre los poderes del norte y el sur; en el siglo XX: el nazismo, el fascismo que reforzaron la izquierda y derecha como la fuerza de identidad y excluye lo de afuera. Son etnocentristas con valores superiores y su ideología'.
Vargas Olarte explica que en estos tiempos de globalización no hay conquistas, pero sí migraciones que han llevado a que ciudadanos desde África hacia Europa, de la antigua Cortina de Hierro hacia la Europa Central y de Suramérica se lleven los talentos en busca de mejores condiciones que generan rechazos.
LAS DOS CARAS. Donald Sterling, dueño de Los Ángeles Clippers, equipo del baloncesto de los Estados Unidos, nos recordó esta semana que debe haber una coherencia entre los valores del deporte, como el respeto, y los principios.
El sitio web TMZ reveló una discusión entre el magnate Sterling que critica a su novia, V. Stiviano, una joven de ascendencia latina, por publicar en Instagram una foto con el exbasquetbolista Earvin Magic Johnson.
'Me molesta mucho que tú quieras transmitir tu asociación con los negros. ¿Tenías que hacerlo?' y 'En tu asquerosa... Instagram, no tienes que caminar con la gente negra'.
El escándalo no le mordió la lengua de Barack Obama, primer presidente afroamericano de Estados Unidos, que rechazó los insultos y calificó de 'ignorante' de Sterling, a quien la NBA sancionó de por vida.
En Italia hay un nido que mezcla celebraciones de jugadores, ademanes fascistas y ataques a jugadores de raza negra. La Lazio tuvo en su exjugador Paolo Dicanio una referencia de esos saludos hacia la tribuna. Los ataques a jugadores del Milan como el ghanés Sulley Montari y el colombiano Cristian Zapata en el 2013 han sido reivindicados por Mario Ballotelli, de padres ghaneses y nacionalizado italiano. El atacante reclama que Italia necesita un líder como Obama para acabar con el racismo.
La discriminación es un residuo de la violencia que sigue manifestándose en la masa que sube a la tribuna. En Suramérica, las medidas de la Fifa y la Confederación han ayudado, sin alcanzar las máximas notas como el de ligas poderosas en lo económico como la Premier.
Eliminar tribunas con mallas, después de tragedias y muertos, disponer de silletería en todo el estadio y el seguimiento a aficionados con cámaras.
En los campos ingleses hay sanciones ejemplares como la del uruguayo Luis Suárez, que llamó 'negrito' al francés Patrick Evra, y reforzadas con campañas como 'No a la Discriminación'.
Carlos Vargas Olarte refuerza la línea de Paúl Elliot e invita a que la educación en valores establezca las reglas para que el fútbol frene las diferencias en la cancha y en las tribunas, también haya transparencia en los empresarios, dirigentes y en sus responsabilidades en las contrataciones, contratos, negocios de deportistas y traspasos.
'Se necesita una fundamentación de una nueva ética de valores que disminuyan las conductas antiéticas y la violencia en el deporte, teniendo en cuenta que este tipo de comportamientos no es más que el reflejo de lo que vive gran parte de la sociedad'.
Un testimonio
El exjugador del Junior Orlando Ballesteros contó al periodista Ricardo Ordóñez que fue blanco de ataques racistas en el año 2001 cuando jugadores izaban la bandera del equipo local y la de Colombia.
'Mientras sonaba el himno nacional toda la tribuna empezó a aullar como unos micos y hacían gestos con las manos y los pies semejando unos simios, confieso que no sabía qué hacer, salir corriendo a reclamar, regresarme al campo, hacer algún gesto, en fin, pero lo pensé mejor y por respeto al himno solo sonreí, mostré mis dientes blancos y cuando terminé, salí corriendo al campo donde me esperaban mis compañeros, todos se acercaron y me dieron su solidaridad, fue duro, pero lo pude soportar. Esa tarde me fue mal en el juego'.
Indignación
En marzo de 2012, los jugadores de Equidad señalaron a los aficionados de Pasto de cantos racistas.
En enero de 2013, el delantero Víctor Ibarbo, del Cagliari de Italia, recibió gritos racistas e imitaciones de sonidos de mono en la derrota de su equipo 2-1 con Lazio.
En los años 90, Fredy Rincón aseguró que en el Real Madrid fue discriminado.