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Cada vez que Juana Jiménez Montiel habla de Alexander Mejía, los ojos se le encharcan y se le hace un nudo en la garganta. Llora de alegría, de orgullo, pero también de melancolía.

Aunque se emociona al ver todo lo que ha conseguido su hijo gracias al fútbol, quisiera poder tenerlo todos los días a su lado, para consentirlo y cuidarlo, como cuando apenas era un niño y corría tras el balón que dominaban los mayores de la cuadra.

'Aún no he podido superar los nervios que me dan cada vez que juega. Cuando era un pelaíto yo lo regañaba porque le gustaba patear bola con pelaos mayores, andaba detrás de ellos y se la hacían jugando a la gallinita. Llegaba sucio, trajinado y golpeado. Eso me alteraba, todavía es la hora y no soy capaz de verlo jugar, ni por televisión', dice doña Juana, quien en los papeles es su abuela paterna, pero lo adoptó como su hijo cuando el capitán de Nacional apenas tenía dos meses de nacido. 'La mamá se fue y me lo dejó. Yo fui quien lo crié. Es mi hijo y él me dice mamá'.

Esta será la segunda vez que en la casa de los Mejía, en el barrio Bella Murillo (Soledad), harán fuerza en contra del Junior en una final, equipo de la tierra, y todo porque el aguerrido volante que juega con el número 13 en su dorsal está en el equipo contrario. La primera vez fue en 2011, cuando Alexander era del registro de Once Caldas. El duelo en aquella ocasión lo ganaron los tiburones.

'Esta final es distinta porque sabemos la rivalidad entre Nacional y Junior. Alex desde niño siempre quiso jugar en estos dos equipos. En 2011 casi se enfunda la camiseta rojiblanca, pero diferencias económicas dañaron la negociación', cuenta Carlos Mejía, su tío y padrino.

'Cuando estaba pequeño me decía: ‘mamá, algún día voy a jugar en Nacional y voy a ser campeón’. Y a mí me llena de felicidad que lo haya conseguido, porque nadie sabe todo el sacrificio que ha hecho', asegura Juana, quien a sus 74 años sigue pendiente de todas sus cosas.

Alexander Mejía nació en el Hospital General de Barranquilla el 7 de noviembre de 1988. Su infancia, apretada por la situación económica de su familia, transcurrió en Malambo. De allí se mudaron a Soledad 2000 y luego a Bella Murillo, vecindario colindante con Las Moras. Cuando tenía 17 años se fue de su casa a conquistar sus sueños. Llegó al Boca Juniors de Cali, de Hernando Ángel.

'A mí me dio duro, lloraba todos los días, pero cuando él me llamaba y me decía que se quería regresar yo le decía: ‘no señor, usted me prometió que iba a ser profesional y me tiene que cumplir la promesa’. Así fue que lo convencí. Ay, mi niño es tan noble y buena gente', dice Juana en medio de sollozos.

Así es fuera de la cancha, porque dentro es un luchador de mil batallas, que no se le arruga a nada. 'Siempre ha sido así, no le gusta perder', recalca Deivis Mejía, uno de sus cinco hermanos.

De Boca Juniors pasó al Quindío, luego al Once Caldas y al Nacional, equipo con el que ha ganado todo en dos años: dos Ligas Postobón, dos Copas Postobón y una Superliga. Juana no va a ir al estadio hoy. Los nervios no la dejan.

Tampoco va a ver el partido por TV. Pero eso sí, esperará a su hijo en casa con un pescado sudado, como a él le gusta, antes de que se vaya a concentrar con la Selección Colombia.

Y de seguro sus hermanos harán sonar en su picó ‘Santy en concierto’ (en honor a su hijo Santiago) la canción El bota llave, tema africano que le encanta. En su hogar también estarán sus amigos que son junioristas, pero apoyan a Alexander incondicionalmente.

'Alex es barranquillero, pero se debe a Nacional. La gente debe entender eso y vivir la fiesta del fútbol en paz', señalan sus amigos Orlando Plata y José Ospino.