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'¡Chiquito!, vamos a amarrarte la mano izquierda atrás… Vas a combatir con una sola… Al zurdo hay que pegarle en el pecho, cuando baje un poco lo vas a encontrar en el mentón. Tírale la derecha en recto… ¡por el centro!'

Su entrenador Amílcar Brusa le daba las órdenes y él obedecía de inmediato. Tenía 24 años, estaba invicto y faltaban pocos días para toparse de frente con su oportunidad de ir por la gloria boxística en Miami, una ciudad en la que ya había combatido y donde se sentía local. Pero Miguel Lora Escudero, el Happy, tenía un temor: nunca había peleado contra un zurdo. Brusa confiaba en su estrategia y se la repetía de día, de noche, en el desayuno, en el almuerzo, en el baño, en el gimnasio. Golpes de derecha al pecho del rival.

'Era la primera vez que me veía con un zurdo y eso me tenía tensionado. Duré casi quince días peleando con una sola mano. La metía en upper, en gancho, a la sombra, al sparring, moviendo la cintura, moviéndome para todos lados', cuenta el Happy mientras hace la representación en el comedor de su casa, hoy, 30 años después.

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'¡Al centro!... ¡Con alguna de esas derechas lo vas a coger!', gritaba Brusa y su voz retumbaba en las paredes del gimnasio Tropical Park, muy cerca del aeropuerto internacional de Miami.

Ni su legendario entrenador -fallecido en 2011- ni el Happy lo sabían. Nadie, era imposible anticiparlo, pero ese 9 de agosto de 1985 la estrategia saldría perfecta. El joven monteriano sacudiría a un país lleno de problemas y le arrancaría un grito de júbilo frente al televisor al mandar a la lona en tres oportunidades al campeón del peso gallo Daniel el Ratón Zaragoza, la primera de ellas, precisamente, con un brutal upper de derecha en el último minuto del cuarto asalto que le estremeció el mentón. Tal como lo se lo dijo Brusa.

FIESTA NACIONAL

Y entonces hubo fiesta y caravanas y llamadas presidenciales. El Happy Lora se alzó con el fajín de campeón del Consejo Mundial de Boxeo y se coronó como ídolo criollo, luciendo en los periódicos un sombrero vueltiao que hasta entonces era sólo estandarte de los sabaneros y reclamando su lugar en el panteón de las celebridades nacionales. Colombia era -quizá, igual que ahora- una nación aturdida por el narcotráfico y las guerrillas, la pobreza y la inseguridad, que se paralizaba con la telenovela mexicana La fiera y que comenzaba a vivir nuevamente la fiebre del boxeo gracias al chico de Montería, a el Gallo que pica y vuela.

Las sonrisas en el semblante nacional durarían poco: sólo tres meses después ocurrirían el holocausto del Palacio de Justicia y la avalancha de Armero. Pero el 9 de agosto, cuando las tarjetas de los jueces Donate, Castellanos y Filippo marcaron 115-107, 115-110 y 118-107 a favor de Lora, todo fue alborozo en el Tamiami Fairgrounds Auditorium de Miami, en Córdoba y en el resto del país. Y el Happy por fin se pudo ir a comer como Dios manda a un restaurante en el que estuvo hasta las tres de la madrugada reviviendo la pelea con sus allegados, mientras en ese preciso momento Montería vivía la caravana más larga y ruidosa que ha recorrido sus calles en toda la historia.

CASI NO HAY PELEA

El Happy Lora había peleado tres veces en Miami antes del duelo con Zaragoza. Eran combates a 10 asaltos de los cuales salió victorioso. 'Yo metía 15 o 20 mil personas allá. Me convertí en un ídolo en esa ciudad', dice sin sonrojarse. Todavía sin título ni fama mundial se atrevía a mostrar su estilo pícaro y provocador ante los latinos de la Florida. Ya esquivaba golpes con elegancia y finura bajando la guardia, retando a los rivales, apostándole todo a su cintura flexible, y eso lo convirtió en un buen negocio para los empresarios, añade él.

Justamente algunos de esos apoderados quisieron sacar más provecho del que él consideraba justo. Tres días antes de la velada deslizaron sobre la mesa un contrato que el Happy consideraba lesivo para sus intereses. 'Se iba a caer la pelea por el título si yo no firmaba. Me reservo algunos nombres de esos managers, ya ha pasado mucho tiempo y no hay nada que hacer'. Dice que no tuvo más remedio que estampar su firma en el papel, subirse al ring y pelear. Se enfrentaría a tres rivales al mismo tiempo: a la oportunidad de asegurar un mejor futuro económico, a su preocupación por pelear con el zurdo Zaragoza y a la impotencia de quedar 'amarrado' a un contrato. Demasiados escollos para un joven pegador hambriento de gloria.

Y así llegó el 9 de agosto de 1985. Cuando se subió al cuadrilátero lo primero que hizo fue buscar rostros conocidos entre el público: ¿cuántos cordobeses lo habían acompañado hasta Miami para apoyarlo?, ¿cuántos amigos de infancia gritarían su nombre en los momentos más duros del combate? Vio a muchos y quedó sorprendido. También divisó a los cubanos, que lo habían acogido como uno de los suyos. Sin duda estaba de local. 'Yo me decía: ‘Carajo, si no gano el título, ¿cómo quedo yo delante de toda esa gente?’. A mí lo que más me preocupaba era el respeto por mí mismo… por ser el mejor'.

Y entonces, sonó la campana.

PALABRA DE CAMPEÓN

'No sabía que se cumplían 30 años de la pelea con Lora…', dice la voz con acento mexicano. Después de una corta pausa, continúa: 'Fue un combate en el que sufrí mucho, pero bueno, enhorabuena por él'.

Al otro lado del teléfono está Daniel Zaragoza en su casa de la colonia Letrán Valle, en el Distrito Federal. Acaba de llegar de un gimnasio de su propiedad ubicado en la colonia Coyoacán y un par de minutos antes terminó de comerse su almuerzo. Ahora está sentado con el teléfono en la mano. Se escucha un carraspeo de garganta y de inmediato se pone a la orden con abnegación y tono servicial, a pesar de que sabe que recibirá una andanada de preguntas sobre la noche en la que perdió su título mundial del peso gallo. Una jornada aciaga para él, cruel, amarga, que tal vez no quisiera recordar jamás, durante la cual encajó golpes tan demoledores que perdió la noción del tiempo, como me lo confesará después.

Zaragoza es la otra cara de la moneda que conoció Colombia ese 9 de agosto de 1985. Sólo tenía tres meses de haber conseguido su título. Con el temple que caracteriza a los mexicanos se subió esa noche al ring a pesar de que revela haber tenido problemas para dar el peso. Además, dice, Miami es muy caluroso, y eso terminó afectándolo. Cuenta todo aquello excusándose, con respeto, como si no quisiera empañar la victoria de su contendor colombiano. 'No comí casi quince días para poder marcar la división y no perder el título en la báscula. No quiero demeritar el triunfo de el Happy Lora, pero llegué muy debilitado, tanto es así que jamás había caído a la lona. En ocasión caí y perdí el conocimiento en cuatro o cinco asaltos'.

En sus palabras, Zaragoza menciona la juventud de Lora, su buena técnica y condición de invicto, pero sólo hasta que lo interrogo por el derechazo del cuarto asalto que tanto ensayó el Happy peleando con la mano izquierda amarrada atrás por orden perentoria del entrenador Amilcar Brusa, el mexicano baja la velocidad de sus palabras y comienza a narrar frase por frase los momentos más difíciles de toda su carrera:

Ese golpe es el único en 20 años de carrera profesional que me desconectó. Caí a la lona y desperté en el noveno round, por ahí en el segundo minuto. Al tener conciencia de que estaba peleando miré a mi rival y no lo conocía. Sabía que estaba peleando porque tenía guantes y toda mi indumentaria y estaba en un Arena, pero no sabía quién era el que estaba parado enfrente. Fui al descanso y con el agua que me dieron para salir al décimo asalto caí en cuenta de dónde estaba: peleando con el colombiano, etc., etc. Traté de enderezar el rumbo en el 10, 11 y 12, los mejores rounds para mí de acuerdo a como iba la pelea, pero ya estaba perdida...

Video cortesía Colectivo Pimentón Rojo: