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'En el cuadrilátero los hombres no recuerdan su infancia, sino la infancia de la humanidad': Joyce Carol Oates.

'Aquí venimos a morir, hermano, ¡tenemos que morir aquí!', le grita el entrenador en la esquina. Le da una cachetada de agua y lo lanza de regreso al ring. A la guerra, como tantas veces le advirtió que sería. Suena la campana. Round 12. El magdalenense Hugo Berrio tiene los ojos negros inyectados de rojo sangre. El ruso Evgeny Gradovich está todo reventado, hinchado y cortado, pero sigue yendo adelante como un tanque.

— Si él tira yo tengo que tirar más que él. Sé que puedo ganarle. Trompá es lo que va a llevar - Había dicho Hugo, el plateño, en una conversación previa en el camerino.

Por unos minutos, la conquista total pareció al alcance de la mano. Los jueces se demoraban en revelar su decisión final y el murmullo del desespero circundante iba in crescendo en el coliseo de Ekaterimburgo, en los montes Urales. Dos costeños apellidados Berrio, surgidos de la nada, estaban asestándole un golpe histórico a una superpotencia deportiva. Colombia se estaba llevando a casa no uno sino tres cinturones. Y en tu cara, Rusia.

— Empecé a los 16 años en el boxeo. Ya tengo 14 años metido de lleno. Nunca me he retirado, lo más han sido dos meses, para descansar. Del boxeo vivo. Desde que comencé a practicarlo es lo que me ha dado para sostener a mi familia.

El recinto estaba forrado de veteranos de guerra. No solo de la segunda Guerra Mundial, también excombatientes de la vieja Yugoslavia y de Afganistán, entre otros. Tipos de barbas largas y colecciones de medallas indistinguibles en el pecho. Este año se conmemoran 100 años de la Revolución Rusa, y la velada era una especie de homenaje. Música de tambores y trompetas ampulosas. Videos de bombarderos y batallones movilizándose en pantallas. La hoz, la estrella. Todo sumaba a la atmósfera nacionalista y militarista.

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