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En un deporte como el boxeo, donde los apodos de los púgiles destacan por ser rimbombantes, rudos y llenos de poder, el ser llamado Juanito es algo que, a priori, no tendría mucho sentido, pero que para Juan Evangelista Herrera Cañate nunca tuvo importancia. El barranquillero, de 68 años, desfogó con sus nudillos toda la fuerza e ira que su pseudónimo no tenía para ser bicampeón nacional y lograr el subcampeonato de los Juegos Bolivarianos y del primer torneo Centroamericano, disputado en La Habana, Cuba. 

Hoy, después de años ligados al deporte de las narices chatas, su rostro genera nostalgia. Un mal diagnóstico médico lo obligó a abandonar los cuadriláteros como actor principal y se refugió en el segundo plano, en la parte de atrás de la esquina del ring. Su rol, después de figurar como gran promesa colombiana, pasó a ser el encargado de dar los consejos a los que se ‘matan’ a golpes dentro del cuadrilátero. 'El golpe más duro que recibí en mi vida fue no poder seguir peleando. Me cortaron las alas', dijo.