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Lo que para la gente del común son unas simples manillas y velas de incienso, para Erika Andrea Vásquez Martínez es el boleto a la felicidad. Esta calarqueña, de 35 años, encontró en la venta callejera de estos artículos la manera de subsistir a su nueva realidad, esa que el destino, caprichoso e indescifrable, le puso a vivir hace 12 años, cuando un accidente de tránsito le cambió por completo la vida.

Con 23 años, Erika tenía una vida normal, tranquila, llena de sueños. Tenía su esposo, un hijo de cinco años, se dedicaba únicamente al hogar, sacaba tiempo para la práctica del deporte —'me gustaba practicar natación, running, patinaje, ciclismo'—, una de sus grandes pasiones, y tenía un sinfín de proyectos por realizar. Pero todo cambió, literalmente, en un abrir y cerrar de ojos.

Un microsueño de un conductor, en un viaje que estaba realizando a Armenia, originó un horrible accidente. El carro tipo van en el que se transportaba ella, junto a otras 11 personas, se volteó y el resultado fue nefasto: tres personas fallecidas y dos que terminaron en condición de discapacidad. Entre esas, Erika, que luego de salir de un coma de 20 días tuvo que luchar con diferentes secuelas.

'Tuve politraumas, trauma craneoencefálico, fractura de clavícula, fractura de dos costillas, trauma de cadera, fractura de platillos en mi pierna derecha y la más delicada, la de la columna vertebral. Me tuvieron que extraer una vértebra, reemplazándola por una lámina de titanio de lado y lado, para que por lo menos pudiera volver a sentarme', cuenta Erika en diálogo con EL HERALDO.

Lo que vino después del accidente fueron golpes igual de duros, pero estos, directos al corazón. Su esposo la dejó a su suerte un año y medio después del accidente —'se consiguió otra nena y se acabó todo'— y, por su condición de discapacidad, su hijo se tuvo que ir a vivir con su abuela paterna, que le aseguraba un mejor bienestar.

'Yo me eché a la pena. Entré en una crisis depresiva que duró mucho tiempo', cuenta. 'Me involucré en muchas cosas que no debía. Consumí drogas, alcohol. Consumía marihuana, perico, pepas, entre otras cosas. Me gustaba mucho el licor. Andaba en un desorden fuerte. No estaba preparada emocionalmente para todo este cambio. Sentía que la vida no tenía sentido. Realmente fue un momento muy duro, superado solo con la ayuda de Dios'.

Toda esa etapa oscura de su vida la vivió con su madre, con quien poco compartía —su niñez la vivió junto a su abuela—, pero con la que le tocó unir nuevamente lazos tras el accidente.

Un derrame cerebral de su progenitora, su único apoyo, y una noche de excesos —drogas y alcohol— hicieron ‘click’ en la vida de Erika, que decidió renacer, luchando contra todos sus ‘demonios’, para empezar a resurgir, de la mano de Dios, su principal apoyo en todo este proceso.

'Con la enfermedad de mi madre, en ese momento tan duro, la vida me estaba diciendo que tenía dos caminos, o me dejaba morir o luchaba para salir adelante. Me tocaba enfrentarme a una realidad, me tocaba responder por mí, no podía dejarme morir. Hablé con Dios, fui sincera con él, le pedí que alejara los vicios de mi vida, porque era algo que yo sola no podía hacer. Ese debía ser el primer paso de mi nueva vida. Dios me ayudó a salir de las drogas. ¿Tú quieres que tu vida cambie? Listo, da el primer paso, que es el querer. Por más que estés en el fango, en el lodo, Dios te saca de donde sea. Pero uno es el que tiene que tomar la decisión con mucha fe. Ahí mi vida hizo un ‘click’ y salí a la calle a trabajar, a pelear por mí', expresó.

A partir de ahí la venta de manillas y velas de incienso se convirtió en el principal motor de Erika no solo para subsistir, sino para seguir soñando en un mundo lleno de obstáculos.

El tenis, el cambio

Fue en ese momento cuando llegó el tenis en silla de ruedas a su vida. Erika encontró en el ‘deporte blanco’ el motivo para volver a sentirse viva, útil, capaz, luchadora.

'Una vez yo estaba en el parque vendiendo mis cositas. Se me arrimó un muchacho y pensé que me iba a comprar algo. Me comentó de un proyecto deportivo que él tenía. En principio no creía mucho, porque no pensé que existía el deporte adaptado. Fue hasta mi casa, me volvió a comentar bien la cosa y ahí ya empecé a entusiasmarme, vi que no era carreta. Empecé a trabajar, a motivarme. Ya llevo dos años y medio aproximadamente entrenando diariamente, 2018, 2019 y lo que va de este año, porque en 2020, por todo el tema de la pandemia, no pude entrenar. Ese fue otro momento duro para mí, pero ya me agarró con una fortaleza mental increíble. Después de todo lo vivido, ya nada me derrumba', cuenta.

Erika volvía a sentir que la vida tenía sentido, que trabajar y luchar traía recompensas, y que había un mundo por vivir más allá de todos los problemas, las angustias y los golpes que el destino le había dado en un abrir y cerrar de ojos.

'Practicar este deporte me ha demostrado que querer es poder, que la fuerza está en la mente. Yo quiero, yo puedo y yo soy capaz', expresa.

Más obstáculos

El inicio no fue fácil, por todo lo que implica la práctica del deporte profesional. Genera gastos, quita tiempo, requiere de cuidados, de descanso, de una buena alimentación, aspectos en los que, quizá, Erika partía con desventaja, porque la vida no le permitía darse ciertos lujos.

Una osteomielitis crónica se atravesó en su camino cuando pensó que ya todo lo malo que le había dejado el accidente había quedado atrás.

'Desde 2015 hasta 2019 fue un proceso terrible. Hasta dos ortopedistas me dijeron que no había opción, que tenían que amputar porque eso era como un cáncer, que como me subiera a la ingle no había nada que hacer y comprometía hasta mi vida. Ambos me dejaron de atender porque yo no me quería amputar. Yo siempre decía, ‘yo espero en Dios’. Un día, en un retiro, oraron por mí y como a los tres meses un último médico me revisó y me dijo que no habían signos infecciosos. Y para su honra y gloria, Dios me curó de ese cáncer. Por eso él es la base de todo en mi vida, es mi columna, mi soporte, mi escudo, mi fuerza, es todo', afirma.

El apoyo de Indeportes Quindío le ha dado un espaldarazo en lo económico, pero igual su lucha diaria para poder jugar al tenis es constante y necesita de ciertos sacrificios.

'Son 480 mil pesos que me ayudan mucho', dice. 'Termino de entrenar todas las mañanas y arranco a vender mis cositas el resto del día. Dios dice: ‘esfuérzate y sé valiente’. Y eso hago', agrega.

Poco a poco Erika ha ido cosechando éxitos. Medalla de bronce en dobles en unos Juegos Paranacionales, bronce individual en un Open Internacional en Cali y subcampeona en el Torneo Puerta de Oro en 2019 en Barranquilla, ciudad a la que regresó para encarar el pasado fin de semana una nueva edición de este torneo, ganando medalla de plata en sencillos y oro en dobles femenino.

Su sueño, llegar a los Juegos Paralímpicos de París 2024. Con 35 años, el tiempo corre en contra de Erika, pero sí algo ha aprendido esta calarqueña es que en la vida se vale luchar por los sueños, así esa lucha venga con miles de escollos. 'Mi vida es un testimonio para motivar e incentivar a toda esa gente que por cualquier circunstancia cree que todo está perdido. La última palabra siempre la tiene Dios y si Él me da vida, salud, la fuerza, la resistencia, la motivación y el respaldo, lo voy a lograr', concluyó.