La voz se le entrecorta y las lágrimas se asoman cuando Miguel Ángel Guzmán describe lo 'buena gente que era' su pupilo. ‘El Ñato’, como se le conoce a este experimentado entrenador de boxeo, fue quien recibió a Luis Quiñones en el momento en que el joven dejó su tierra natal, Barrancabermeja, Santander, para emprender en Barranquilla el sueño de convertirse en pugilista profesional.
'Estoy muy triste. Se me fue un hijo, eso era Luis para mí', dice al borde del llanto. 'Era un muchacho apasionado por el boxeo, vivía por el boxeo. El único boxeador que tenía las llaves para abrir el gimnasio era él. Cuando yo viajaba él abría y les daba clases a los practicantes particulares que yo tengo. Una persona carismática y cariñosa. Buena gente', cuenta Guzmán, que le tendió la mano al joven barranqueño con la estadía y la alimentación en sus comienzos en la capital del Atlántico.
'Se ganó el afecto de la gente en Barranquilla por ser buena gente. Yo me encargué de todo al inicio. Después el señor John Olarte, un amigo mío al que busqué para que me colaborara con él, le daba 150 mil pesos a la semana para su alimentación. Cuando se enfermaba o necesitaba las vitaminas, yo estaba ahí. Todo lo de él corría por cuenta de nosotros. Era como mi hijo, eso lo tengo claro', añadió.