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—Y pensar que toda la vida me tuvieron aquí mismo, a una llamadita, cuando yo jugaba en el Unión. Pero nada, nunca la hicieron. Tuve que llegar a la selección Colombia y darle la vuelta al mundo tres veces pa poder ponerme la rojiblanca —comenta entre risas Carlos ‘el Pibe’ Valderrama.

Pero el destino, Dios, o el Barbudo, como él lo llama, le tenía otra vuelta, una escala más, y esta sí la última, antes de llegar al Junior de Barranquilla. 

Corría el mes de enero de 1993, y en el primer día de pretemporada del Deportivo Independiente Medellín el entonces gerente del DIM, Julio César Villate, buscó a Valderrama a primera hora:

—Carlos, quiero decirte que hay una propuesta de Junior; quieren comprar tus derechos.

—Hombe, docto, yo que estaba de vacaciones en Santa Marta y me hacen venir hasta Medellín pa darme esa noticia… Me hubieran llamado por teléfono y ya estaría en Barranquilla —contestó el Mono, medio en broma y medio en serio.

Para ese entonces, Carlos Valderrama ya era el Pibe, el máximo referente internacional de la selección Colombia, quien con su talento capitaneó una histórica campaña en la Copa América Argentina 1987; además, ese mismo año resultó elegido, por primera vez, mejor jugador de América. Por si fuera poco, de sus piernas brotó por aquellos días la inusitada clasificación a la Copa Mundial de la FIFA Italia 90, esa en la que él mismo afirmó ―llorando como un niño después del definitivo partido contra Israel― que había sido su graduación como futbolista.

Lo que no sabía Carlos, ni casi nadie en ese entonces, era que poco después de que el equipo rojiblanco realizara un pésimo cuadrangular a finales de 1992, el máximo accionista del Junior, Fuad Char Abdala, el técnico Julio Avelino Comesaña y el narrador Édgar Perea Arias tuvieron una inusitada reunión en un restaurante de la ciudad de Barranquilla, con el fin de hablar sobre los refuerzos del equipo para el año siguiente. El técnico le había solicitado al dirigente traer a Alexis Mendoza, a Miguel Ángel 'Niche' Guerrero, a Flaminio Rivas y al Pibe, como piedra angular del proyecto de 1993. Perea animaba a Char para que hiciera las inversiones del caso, en tanto que Comesaña pensaba que si no era campeón debía irse de Barranquilla y exiliarse en África. El arreglo quedó pactado en una servilleta y fue el inicio de la tercera estrella del Junior, que se ratificaría un año después, con el inolvidable gol de Oswaldo Mackenzie.