Hay tranquilidad en la cuadra que vio nacer a Angie Valdés en la Urbanización La Playa. Han pasado solo dos años, desde que la barranquillera entrenaba corriendo a todo vapor de una esquina a otra para sacar más estado físico — registraba medio minuto realizando ese tramo —.
Todos sus familiares habían acordado verse la pelea en una pantalla grande que se organizó en el antiguo puesto de salud del sector, en ese lugar también quedaba el gimnasio donde la currambera dio sus primeros puños. Por ello, el hogar de la familia Valdés no estaba tan lleno como la pasada disputa semifinal.
Manuel María Valdés, su padre, encendió la leña con unas bolsas plásticas transparentes y unos retazos de tablas y maderas de muebles viejos. Al frente, tenía la mirada fija de su nieto Ricardo, quien sentado en una silla de madera bajo la sombra, le pedía constantemente que le prestara el celular. Sabía que ya no verían la pelea por el teléfono móvil.
Un gato negro, de pupila negra y borde amarillo, salió de la casa. El sol estallaba en la fachada que con letras cursivas indicaban que se hacían cejas, uñas y peinados para niñas. Manuel María fue a buscar la olla para el sancocho. Era de Mondongo, lo logramos saber por la pregunta que hizo uno de los escritores de esta nota.