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James Rodríguez es uno de los cinco mejores jugadores de Colombia en su historia. De eso no hay dudas. Su fútbol y sus números no me dejan mentir. Es un ídolo del país futbolero.

Su idolatría, hoy, no depende del James transgresor, goleador, con cambios de ritmo y remates a puerta peligrosos y constantes de años anteriores. Del James que sabía eludir adversarios y se parecía más a un ‘10′ estilo Rivaldo, que a uno estilo ‘Pibe’ Valderrama.

Hoy tiene una versión más parecida a la de Carlos Babintong en su paso por Junior en 1983. Es un estratega. Hoy piensa más el juego desde lo colectivo y no desde su propia inspiración. Hoy va más atrás y desde ese panorama más amplio y menos presionado ordena las rutas que debe seguir el balón en cada ataque. Hoy, sus compañeros exprimen al máximo, en el juego aéreo, su perfecta pegada.

Ahora, también creo que en los clubes donde ha militado los últimos años no le ha alcanzado esa versión porque, en estos, el estilo futbolístico exige otra dinámica, otro compromiso, otro aporte en fase defensiva. Porque los técnicos no diseñan un formato táctico para jugar alrededor de él. Él debe acoplarse al resto.

Pero, Irritarse con los hinchas porque deliran con las jugadas de su ídolo aunque estas sean mucho menos que el sacrificio, el esfuerzo o el riesgo que otros jugadores exponen, es desconocer la idiosincrasia del fanático.

Así fue siempre: idolatran las genialidades de Messi, pero al tiempo respetaban el carácter de Mascherano; idolatraban a Romario, pero reconocían el liderazgo de Dunga; suspiraban por los pases del ‘Pibe’, pero valoraban el esfuerzo de Leonel.

Como hoy, subliman cada acción de James, pero también aplauden y se emocionan con el despliegue de Lerma. Unos son ídolos, otros son valorados.