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En una de las noches más memorables del Dodger Stadium, Freddie Freeman protagonizó un momento que traspasó las barreras del deporte y se transformó en un tributo a la perseverancia. Los Dodgers de Los Ángeles vencieron 6-3 a los Yankees, en el primer juego de la Serie Mundial, impulsados por un grand slam que dejó en el campo a la novena de Nueva York, y que resultó mucho más que un logro deportivo: fue el emblema de una lucha familiar.

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El estadio repleto retumbaba con gritos y aplausos, mientras la canción ‘I Love LA’ resonaba con fuerza en los altavoces. Freeman, luchando contra el dolor de un tobillo lesionado, salió corriendo hacia la red donde lo esperaba su padre, Fred. Se miraron, sonrieron y compartieron un instante que ambos habían soñado desde que Freddie era un niño en el condado de Orange, cuando su padre le lanzaba prácticas de bateo.

“Ese es principalmente su momento… Ese es el momento de Fred Freeman”, diría Freddie, conmovido. Mientras Fred intentaba describir el instante, solo pudo decir: “Esto es fantástico”.

Esta Serie Mundial llegó en un año especialmente duro para la familia Freeman. En junio, Max, el hijo de tres años de Freddie, fue diagnosticado con el síndrome de Guillain-Barré. Freddie se ausentó del equipo para estar junto a Max y su esposa Chelsea, mientras enfrentaban la angustia de verlo completamente paralizado en la UCI pediátrica. Con la fuerza del apoyo familiar y la ayuda médica, los Freeman recibieron la noticia de que Max podría recuperarse por completo. Cuando Freddie volvió al equipo en agosto, habló sobre lo que había vivido: “Con gusto me poncharía con las bases llenas 300 millones de veces antes que ver eso de nuevo”.

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Freddie, aún lidiando con el esguince de tobillo que sufrió en septiembre, apareció en la alineación del Juego 1. No se dio cuenta del hito histórico de su grand slam hasta que un periodista lo mencionó en una pregunta, a lo que respondió asombrado: “¿En serio?”. Para él fue un logro especial, pero solo un reflejo de la fuerza que había encontrado en su familia. “Han sido muchos estos últimos meses, pero las cosas han ido muy bien en casa. Max está muy bien”.

Fred, su padre, recordó el famoso turno al bate de Kirk Gibson en 1988 en ese mismo estadio. Sin embargo, para él, el verdadero símbolo de perseverancia no era el jonrón de Freddie, sino la unidad que encontró en el tiempo que pasaron juntos con Max. “El esguince de tobillo es lo de menos”, dijo Fred. “Ver a mi hijo en el campo después de todo lo que hemos pasado, el tiempo que pasé con Max… eso es lo más importante. El esguince de tobillo es algo así como: ¿A quién le importa?”.

Dave Roberts, mánager de los Dodgers, resumió el sentimiento de todos los presentes en el estadio: “Creo que el juego te honra. Esta noche, Freddie fue homenajeado”. Una noche que será recordada no solo por el grand slam, sino por el amor, la fuerza y la fe de una familia.

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