Unos cuantos guantes desgastados y una vieja guanteleta —también llamada manopla o guantilla— son suficientes para que Simón Ismael Mejía Morales, de 58 años, eche para adelante un proyecto que está pronto a cumplir un año de vida, y que tiene como gran objetivo arrebatarle a la violencia, a la delincuencia y a la drogadicción a la mayor cantidad de jóvenes posibles a través del boxeo, ese deporte que tanto ama y al que le dedicó gran parte de su vida.
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Morales, exboxeador guajiro —con raíces barranquillera, ya que vive en Curramba desde los 10 años— que tuvo el lujo de representar al país, a los 22 años, en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 —fue eliminado en segunda ronda—, dedica hoy parte de sus días a trabajar con jóvenes, entre 6 y 16 años, enseñándoles, de manera gratuita, todas las técnicas de boxeo.
De lunes a viernes, a las 5:30 p.m., cuando el sol se va escondiendo y en medio del ruido incesante del tráfico que a esa hora congestiona a ese sector de la cordialidad —barrio Santo Domingo—, Simón reúne a sus muchachos en un ‘bolsillito’ que pasa frente a la casa de su suegra, donde reside actualmente, y a la intemperie, comienza esa labor incansable, pero muy valorada por sus pupilos.
Jabs vienen, jabs van; ganchos viene, ganchos van; rectos vienen, rectos van. Niños y niñas se nutren del conocimiento y la experiencia de este tímido, pero aguerrido e incansable expugilista que sueña con devolverle al conocido ‘deporte de las narices chatas’ un poco de lo que tanto le dio.
“Viví gran parte de mi vida del boxeo. Lo amaba, me apasionaba. Logré un sueño que muchos tienen, pero que pocos logran alcanzar, representar al país en unos Juegos Olímpicos, algo complicado, mucho más en esa época donde había poco apoyo. También logré incursionar en el profesionalismo”, cuenta emocionado Simón, mientras le pone los guantes a uno de los 32 niños que entrena diariamente —a veces vienen todos, otras veces unos pocos— en un improvisado sitio, por donde incluso pasan autos y motos, interrumpiendo una y otra vez los entrenamientos.
Luego de varios combates a nivel nacional, un título sudamericano y 15 peleas (50 rounds) como profesional en el peso mosca —saltó al profesionalismo luego de las justas de Seúl, con una marca de 12 victorias (nueve por nocaut) y tres derrotas—, Morales puso fin a su carrera a los 32 años, en medio del silencio de esos deportistas que con sacrificio y esfuerzo logran avanzar en ese espinoso camino, pero que son poco valorados si al final no logran algo realmente grande para el país.
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“Acá sino ganas una medalla olímpica te olvidan de inmediato. Yo, gracias a Dios, sigo rebuscándome. No han sido fáciles las cosas tras el retiro, pero ahí vamos, combatiendo diariamente con la vida todos estos años para sacar adelante a la familia. Ya estoy acostumbrado a combatir (risas), así que por eso no me voy a morir”, afirma Morales, que, además de enseñar, trabaja con la Secretaría de Deportes del Distrito en el mantenimiento del estadio Metropolitano Roberto Meléndez —contrato por prestación de servicio—, labor en la que ya cumple 22 largos años.
Fue ese amor por el boxeo el que un día lo llevó a crear el proyecto que hoy adelanta solo, con pocos implementos, casi que con las uñas, pero eso sí, con muchas ganas y deseos de avanzar.
“Un día me levanté y dije: ‘quiero hacer algo por el boxeo, por los jóvenes de este sector’. Yo soy un tipo muy activo y veía que al finalizar la tarde tenía tiempo de sobra para inventarme algo. Reuní a un grupo pequeño de chicos que ya me conocían y empecé. Poco a poco se han ido sumando más niños y niñas. No cobro. ¿Para qué? No todo en la vida es plata. Yo solo quiero que estos jóvenes se dediquen a algo que realmente valga la pena y no se dejen seducir por el dinero fácil y la drogadicción”, manifiesta Simón, quien se mantiene en forma, trotando diariamente de madrugada, antes de comenzar su ‘maratón’ diario de actividades.
Los chicos hacen trabajos físicos de calentamiento, para luego ponerse los guantes y realizar distintos ejercicios. Trabajan sombra, técnica, posición y distintos movimientos básicos con la guanteleta (coordinación, velocidad y precisión de los golpes).
Entre todos se destaca Rosa Mendoza, de 13 años. La niña no se amilana ante los hombres y entrena con la pasión de una profesional. Sueña en grande, por eso le mete todas las ganas a los entrenamientos con “el profe Simón”.
“Es bonito que se generen estos espacios. A mí me ilusiona mucho venir a entrenar y lo hago con muchas ganas. Sueño con ser profesional, con hacer carrera en el boxeo, ojalá se pueda”, afirma Rosa, que se destaca por su gran personalidad. “Respetamos mucho al profe Simón, nos enseña muchas cosas y nos motiva darla toda. Ojalá este espacio dure por mucho tiempo, porque nos aleja de la violencia y todas esas cosas malas que vemos día a día en este sector”, agrega.
Simón, campeón sudamericano en 1987 y que asistió a las justas olímpicas de Seúl junto a Eliécer Julio —lo acompañó en la esquina, ayudando al profesor Jorge García Beltrán, cuando el sucreño ganó la medalla de bronce—, espera recibir apoyo para seguir con esta entrañable labor. Más que dinero, sueña con implementos para sus muchachos.
“Yo también estuve en el lugar de ellos y no saben lo que motiva entrenar con unos guantes decentes. Los que tengo ya están muy desgastados, pero mientras no haya para más, seguiremos con estos, exprimiéndolos hasta que no den para más (risas). Acá lo importante es inculcar esa cultura del deporte. Yo veo talento en varios de ellos, pero a veces no alcanza solo con eso. Hay que acompañarlos, guiarlos y ayudarlos a crecer. Y si finalmente no llegan a ser boxeadores, que sean personas de bien”, concluyó.
La noche va cayendo y la oscuridad hace más difícil el entreno, muchos más en un sector tan congestionado. Trabajar en plena vía pública y sin los materiales necesarios complica mucho las cosas, pero las ganas y el deseo de ayudar sobrepasan cualquier tipo adversidad. Simón, destacado expugilista convertido hoy en líder social, solo espera cumplir el sueño de formar a quienes desean convertirse en futuros boxeadores.