Vestido de blanco y saludando a quienes le hicieron una calle de honor con sus miradas, Édgar Perea Arias atravesó el pasillo que separa la entrada principal de la Universidad Autónoma del Caribe hasta la emisora. Estaba citado a las 3:30 de la tarde para una entrevista con un grupo de incipientes comunicadores sociales que necesitaban de un personaje para sacar una buena nota en la asignatura de radio.
Llegó con algunos minutos de retraso y dijo: 'Vaya caballero, me atrasé un poquito, pero aquí estoy'. Emocionados, mis amigos y yo lo guiamos orgullosos hacia la emisora. A Yomaira Lugo, la decana de la época, le habíamos avisado de su visita y fue recibido con alegría.
El Édgar Perea Arias que yo conocí nos ayudó siempre a sacar buenas notas. Esa fue mi impresión porque no era la primera vez que necesitábamos de él. Cuatro años antes, ya nos había ayudado con otra asignatura y sacamos una buena calificación. Eran los años en que su popularidad estaba al tope y el tiempo en que al oír la cortina de su programa radial, el tema de la película El Bueno, el Malo y el Feo, no nos imaginábamos a Clint Eastwood sino a Édgar en la cabina hablando de Junior.
La entrevista transcurrió con normalidad, con anécdotas, recuentos de su vida, sus inicios, aspiraciones y consejos para quienes en ese momento nos iniciábamos en el periodismo.
Pero al final le hicimos una pregunta que todavía recuerdo por su respuesta y porque encierra el amor infinito que sentía por Junior. Nos dijo: 'Cuando muera quiero que mis cenizas las arrojen en el Metropolitano en un partido del Junior'.
Ese deseo no sabemos si se cumplirá, si su respuesta fue algo del momento o si por el contrario fue su deseo antes de morir. Hasta ahora se sabe que será cremado y que sus cenizas estarán en la Catedral Metropolitana.
Pero el Perea que yo conocí siempre fue el más grande, con sus defectos y virtudes. Lo venció todo en vida. El amor y el desamor, el éxito y el fracaso, la gloria y el olvido. Por eso será siempre un campeón.