En enero de este año, Luis Morelos, padre de Déimer, buscó diligentemente unos minutos para entrevistarse con el actual campocorto de los Astros de Houston, Jed Lowrie, quien estuvo liderando una clínica para niños en Cartagena con el programa Project Béisbol, y preguntarle desde su experiencia si él veía probable que su hijo, pese a no tener una pierna, pudiera llegar a jugar en las Grandes Ligas.
La respuesta fue un carburante para esa caja de sueños en la que se ha convertido esta familia que reside en el barrio Torices de Cartagena.
'Mientras tenga el brazo sano, no hay ningún problema en que pueda jugar en Las Mayores', le expresó Jed Lowrie.
Desde ese día la carrera por poder practicar el béisbol de forma profesional tomó un nuevo rumbo. Sin embargo, un problema persistía: faltaba la prótesis deportiva.
La última vez que este pelotero de 18 años intentó lanzar en una prueba con unos cazatalentos en el estadio 11 de Noviembre, fue tanta la fuerza que le imprimió a su lanzamiento que se le desencajó la extremidad artificial.
Para que no volviera a pasar esto, él y su familia debían reunir entre 70 a 80 millones de pesos para poder comprar una prótesis adecuada para este tipo de esfuerzos.
¿Y de dónde iba a salir el dinero? Esa parecía ser la mayor de las preguntas que se le presentaba a este joven pelotero, pero si uno vuelve a atrás, a ese lunes festivo 30 de junio de 2014 a las 2:30 de la tarde, y se ubica en las playas de La Boquilla, se dará cuenta que el dinero era el más pequeño de los problemas de Déimer.
La tarde trágica. Aquella tarde, Déimer y su hermano Isaac salieron a correr. La promesa de la pelota caliente estaba a 24 horas de un momento trascendental en su vida: un representante de los Cardenales de San Luis le haría una prueba y si le interesaba al equipo Déimer viajaría en 18 días a los Estados Unidos a una nueva prueba, buscando una firma de forma directa con la novena de San Luis.
Sin embargo, el giro intempestivo de su vida se dio esa tarde cuando dos uniformados les requirieron una requisa. Por ir en ropa de playa no portaban sus documentos. De nada le sirvió a Déimer y a su hermano decirles a los policías que ellos vivían en el barrio Torices y que eran deportistas. La respuesta de uno de ellos fue: 'De Torices salen todos los bandidos'.
Cuatro policías diferentes se sumaron a la escena. Del susto comenzaron a correr. 'De repente escuché un disparo, pero seguí corriendo. No me había dado cuenta que me había impactado en la pierna derecha. Di unos pasos más y me derrumbé. La bala me había pegado en la arteria. Sangre me brotó por la boca. De repente llegó un uniformado con el arma empuñada y me apuntó a la cabeza. Mi hermano se abalanzó sobre mí para cubrirme y gritaba que no me matara. Él me carga, ya me había desmayado, e intentó montarme en una moto, pero un policía nos empujó. Vine a despertar en el hospital', contó.
El médico al frente de la situación se enfrentó a una disyuntiva. 'Si le cortó el pie solamente lo condeno a que use una silla de rueda. Si corto más arriba, cerca a la rodilla, una prótesis podría mantener vivo su sueño de seguir jugando béisbol', relató el padre de Déimer.
'Papá que no me corten nada. No quiero usar un solo zapato', decía Déimer. A la hora de establecer responsabilidades, el policía señalado de disparar mostró ante la Procuraduría un certificado que señalaba estar bajo tratamiento psiquiátrico desde hacia dos meses. El funcionario desestimó la prueba y le dictó medida de aseguramiento.