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Cuenta el ex boxeador dominicano Julio César Green que hace 17 años le entró toda la gloria de Dios y la unción del Espíritu Santo de un solo zapatazo por la boca, en medio de un ataque de Párkinson que tenía a sus certeros puños de campeón mundial temblando sin control.

La convulsión incontrolable era algo que llevaba cargando desde su juventud, pero ya retirado del tinglado, su bienestar y salud iban rodando cuesta abajo por cuenta de este padecimiento, agravado por los miles de golpes que recibió en su carrera.

“Yo tenía ese problema cuando estaba en amateur y a los 20 años cuando debuté en el profesionalismo. Tenía mis cositas, pero no lo tenía tan desarrollado. Eso se fue subiendo a través de los golpes y del tiempo. Yo estaba temblando, y un pastor me oró, se quitó el zapato, me dio en la boca un zapatazo y dijo: ‘demonio del Párkinson, te vas de él’. Yo quedé con la boca partida, ensangrentada. Ahora llevo 17 años sano”, testifica.

Green, tres veces campeón mundial de las 160 libras (peso mediano) en la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), hasta ahora único dominicano en alcanzar dicho cetro orbital, ya no vive de proclamar el poder de sus puños, sino de contar “la gloria de Dios”. Ahora es un pastor y evangelista que está en Barranquilla repartiendo su testimonio en la comunidad.

No tiene afán de presumir, no quiere un trato demasiado especial, solo desea que la gente llegue pronto a él, para darles el testimonio.

“Como usted me quiera llamar: Julio César Green, el pastor, el evangelista, el amigo, el hermano, cualquier cosa. Estamos acá con muchas ideas. Vine una vez con el pastor César Castellano de Bogotá y también con el pastor Rafael Gómez, del Centro Bíblico, en el 2002. Acá estamos ministrando la palabra del Señor y ganándonos las almas para el Señor”, recordó.

La bendición del boxeo

Julio César Green todavía guarda los guantes con los que entrenaba.

Julio César dio sus primeros pasos en el boxeo desde muy niño, a los 10 años, cuando su madre, doña Zunilda Green lo llevó a inscribirlo en el gimnasio del entrenador Francisco Rosario, apodado como ‘El Inglés’, nativo de San Pedro de Macorís, y pagó los 25 centavos de dólar que costaba la inclusión.

“Mi vida no ha sido problemática. Me enseñó mi mamá, que fue la que me entró al trabajo del boxeo, a ella le gustaba el boxeo y la pelota, y yo fui, de los nueve hermanos que somos, uno de los que se hizo profesional. Me gustó y me llevó a muchas partes del mundo. Me conocen como el campeón, me conocen como el boxeador, me conocen como el hombre distinguido de Dios, también como el evangélico. Ya no peleo, hablo y estamos para hacer cosas nuevas”, explica.

Zunilda era una mujer diferente, la única en una vasta prole de hermanos, primos y sobrinos que, como no podía ser diferente, siempre estaban jugando al béisbol. Ella amó ese deporte, aunque jugarlo para una niña era un verdadero tabú.

“Se crio con 9 hermanos y 17 primos y sobrinos, donde era la única mujer entre todos esos hombres. Mi mamá jugaba pelota y quería jugar en los equipos, pero eran otros tiempos y no pudo hacer nada. Y dijo: ‘cuando tenga hijos los voy a meter a peloteros y boxeadores, que eso es lo que me gusta’. Entonces nosotros nacimos y dos fueron peloteros profesionales y dos fuimos boxeadores profesionales”, señaló.

Dos de sus hermanos alcanzaron a estar en las organizaciones de las Grandes Ligas y a su otro hermano boxeador, lo aquejó la misma lesión que lo terminó bajando del ring a él, perder la visión de uno de sus ojos.

“Mis hermanos son Carmelo Green, que jugó con Cincinnati y en la República Dominicana con (Leones) Escogido, y Pedro Green, que estuvo jugando con los Yankees, y Alberto Félix Zorrilla Green, que también fue boxeador, y tuvo una lesión en el ojo”, puntualizó.

Todavía se acuerda y tiene los movimientos de un ágil y fiero peleador. En esta entrevista para EL HERALDO, se subió al cuadrilátero, lo caminó con estilo, lanzó los golpes al aire con singular vehemencia y se sentó en la esquina roja para contar su vida y la de su familia.

“Hemos representado a nuestro país y hemos viajado por el mundo entero, caminando y hablando del boxeo. Solamente yo, eché 42 peleas en el Madison Square Garden de Nueva York. Ahí dije, ya me conocen. Pero hoy quiero que me conozcan como el campeón de Cristo, ganándome las almas. Todavía me quedan cosas de boxeo, cuando me vienen a amenazar, les digo que Jesucristo fue el que puso la otra mejilla, yo no. Todavía no estoy en el cielo y les puedo dar una trompada, pero mejor yo hablo con La Biblia”, comentó con humor.

Con Jesucristo en su esquina

Julio César Green sostiene La Biblia y sus guantes de boxeo.

El día que Zunilda lo agarró de la mano y lo llevó a boxear, insistiéndole que solo así iba a ser alguien en la vida, lo encaminó a una senda en la que la gloria deportiva lo ungiría, muchos años más tarde, el 23 de agosto de 1997, al vencer por puntos a William Jopy por el campeonato mundial de las 160 libras de la AMB.

En esa pelea, definida por las tarjetas unánimes para el dominicano, recuerda un golpe que lo había dejado completamente fuera de combate. Solo Dios sabe de dónde sacó fuerzas para levantarse en el tercer asalto, donde lo mandaron a la lona dos veces.

“A mí me dieron una trompada que yo iba volando en el aire, con el ‘switcher’ desconectado, viendo estrellitas y tirado en el suelo, la gente gritaba: ‘¡Párate campeón, párate!’. Y yo escuchaba esas voces lejos y me decía: ‘¿Dónde es qué estoy?’. Luego me pusieron hielo en mis partes y ahí fue cuando reaccioné y me dije: ‘ah es que yo estoy peleando’. Eso fue cuando gané mi primer título mundial”, rememora.

Por eso, para él es mucho mejor subirse al pulpito del templo, ya no con su calzón de pegador, sino de traje entero, y lanzar golpes a las almas con la palabra. Es mejor tener a Jesucristo en la esquina como tu entrenador.

“Es mejor hablar del señor, que tener un título en las manos. Porque tomas ese título y no vas a ningún lugar, pero el que tiene la verdad, la palabra, ha cambiado. La Biblia dice que el que entra en este camino encuentra la paz, pero también tiene que pelear con el mundo, con el deseo, con el pasado, pero se puede. Lo dice La Biblia: todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, afirmó.

Esa rectitud de hábito que le enseñó el boxeo, esa hambre insaciable de mantenerse en el camino al título del mundo, se ha convertido para Green en el mecanismo para mantenerse fiel a su pasión religiosa.

“Cuando naces en la disciplina, es más sencillo. Hay una disciplina boxística que es la disciplina del deporte, y hay una disciplina en los conductos del Señor. Si tú estás caminando en el camino de Dios, es con disciplina. Yo he sido disciplinado en todas las áreas de mi trabajo: para ser campeón tienes que ser disciplinado, para ser evangélico tienes que tener disciplina y para tener la salvación tienes que tener una disciplina óptima”, apostilló.

Es más, ahora se levanta más temprano que cuando era deportista. Antes se preparaba meses para unos rounds contra un oponente y en la actualidad se alista cada madrugada para salir a “arrebatar almas”.

“Yo puedo decir que me levantaba a las 4:00 o a las 5:00 de la mañana para correr y hacer mi trabajo. Acá me levanto a las 2:00 de la mañana y oro una, dos o tres horas. Hago mi disciplina en Dios y salgo a hacer predicas. Le doy gracias a Dios, porque he sido un peleador. Tú no puedes apártate de esta pelea, es caminable, es de salvación y tienes que pelearla con disciplina y con amor, el Señor te va a dar eso”, insistió.

Título mundial de la salvación
De izquierda a derecha aparecen el juez árbitro Leonel Mercado, Julio César Green y el periodista Alberto Agámez.

Julio César Green tiene 57 años, nació en Las Terrenas, República Dominicana, se retiró del boxeo en el 2004 y dejó récord de 27 triunfos (19 por la vía nocaut), 6 derrotas (3 besando la lona) y un empate.

Ganó en todos lados y de todo, llegó a la gloria máxima que un mortal puede tener en el mundo del boxeo, ser campeón ecuménico y, más aún, ser el único de su país con tal distinción en esa categoría. Hoy todo eso le parece trivial.

“Quiero ganarme la salvación, ya me gané seis títulos internacionales, fui campeón de Nueva York, fui campeón de Estados Unidos, fui campeón de Europa, fui campeón de Latinoamérica y fui campeón del mundo tres veces. Nada de esas cosas me han dado ese gozo que yo tengo ahora y nada de esa paz, porque hay paz en el camino”, insiste.

Es un hombre de carne y hueso, ya su ojo derecho no le funciona bien y todavía puede sentir en sus oídos, con los sonidos impresos a golpes en su memoria, el grito del público cuando el referí le levantaba el brazo para declararlo ganador. Es la tentación de un mundo que él asegura ya abandonó.

“Los aplausos hacen falta, que la gente te diga campeón. Pero yo me quiero ganar una corona incorruptible, de gloria. Me gané coronas que se ven, pero quiero una que no se ve, me quiero salvar, tener la paz que sobrepasa todo entendimiento. Me siento balanceado con esta palabra (mientras golpea con la palma de su mano la portada de una copia de La Biblia), porque pasa la vida, pasa la fama, pasan los tiempos y pasó mi tiempo de ser campeón. Me quedó la palabra y todavía estoy creyendo en el Dios de paz y que transforma, en el que da vida”, cerró.

Se levantó de la esquina roja, y recogió sus guantes, que aún conserva, y se llevó La Biblia debajo del brazo.

Estaba presto para irse a predicar, a seguir en la pelea por las almas y llevarlas al lado del buen Dios, por lo menos hasta que el referí Todo Poderoso decida que el asalto acabó y toque la campana celestial para finalizar el combate, entonces allí sabrá si le levantan el brazo en el encordado de la nueva existencia y le dan el título que le falta, el de la salvación eterna.