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La ‘novena’ se celebró a rabiar. Los jugadores del Junior se disfrutaron la estrella de principio a fin, primero en el gramado del estadio El Campín, junto a sus familiares y la hinchada rojiblanca, y luego en el camerino, donde de la oración pasaron al festejo enloquecido por el bicampeonato.

Terminados los festejos en la cancha, todos se reunieron en el camerino, y abrazados le dieron las gracias a Dios. El arquero José Luis Chunga lideró la oración, que duró alrededor de 35 segundos y que culminó con el grito enloquecido de '¡dale campeónnn! ¡dale campeónnn!', una y otra vez, mientras todos saltaban emocionados alrededor del trofeo de la Liga.

La música de Diomedes Díaz y el Joe Arroyo animó la ‘velada’ post partido. Mientras unos hacían ‘en vivos’ y transmitían todo lo que pasaba en sus redes sociales, otros seguían tomándose fotos con el trofeo.

Narváez, Cantillo y Teo eran los más emocionados. Gritaban, bailaban, cantaban, molestaban. Mientras que el más tranquilo siempre fue Gabriel Fuentes, que a pesar del triunfo, seguía con el ánimo por el piso tras el error cometido, que obligó a la definición por penales. Uno a uno sus compañeros, especialmente los más grandes –Viera y Teo– se le acercaban al lateral samario para levantarle el ánimo.

Chunga imitaba la voz del ‘Pibe’ Valderrama, un clásico ya en las celebraciones de los títulos. Teo se desahogaba y ‘cobraba’ por redes sociales, con la complicidad de Cantillo y Léiner Escalante. Narváez, mientras tanto, seguía bailando. Sin duda era el más animado. El corazón rojiblanco de este férreo volante barranquillero, oriundo del barrio El Bosque, salió una vez más a flote tras la obtención de su sexto título como ‘Tiburón’.

Julio Comesaña, por su parte, paso todo el tiempo junto a sus colaboradores, el preparador físico Jorge Franco y su asistente ‘Lucho’ Grau. Pero también tuvo tiempo para charlar con Matías Fernández, a quien encontró en un rincón, sentado en una camilla, chateando. Con el chileno departió alrededor de dos minutos. También lo había hecho en el entretiempo, donde se les vio abrazados, antes de salir para la segunda parte del compromiso.

Uno de los pocos familiares que pudo ingresar al camerino fue el padre de Sebastián Hernández, que nunca se separó de su hijo. Incluso fue el único, diferente al plantel, que se montó al bus que trasladó al equipo al hotel para seguir la fiesta.

Una hora, aproximadamente, duró la celebración en el camerino, que se sumó a la otra hora que duraron festejando en cancha. Sin duda fue una estrella que los jugadores se gozaron de principio a fin y que recordarán por siempre. No todos los días se logra un bicampeonato histórico.