Compartir:

Aquellos que quieren llegar con fraude a los escaños de los órganos legislativos o a las sillas desde donde se administran las entidades territoriales han encontrado los caminos más expeditos para coronar sus ambiciones.

Los espacios que dejó descubiertos el Estado los usaron esas empresas electoreras para que sus cabezas alcanzaran los puestos de mando. Como el Estado no estaba presente, los particulares ofrecían empleo, dinero, contratos y becas, entre otras dádivas, a cambio de perpetuarse en el poder. Así aceitaron la maquinaria.

Pero la educación, más allá de ser una conquista del ser humano que cambió el curso de la historia, es la herramienta para que el individuo alcance su emancipación individual. Ofrecer educación a cambio de votos tiene una connotación ruin por cuanto se trata de un derecho innegociable, una obligación que los Estados comenzaron a asumir después de la Revolución Francesa, y que le permitió a la especie humana subir varios peldaños en la escala del conocimiento.

Que un colegio les pida a los padres de los estudiantes que “colaboren” con una lista de potenciales votantes no es admisible en una sociedad que pretenda ofrecerles bienestar a sus ciudadanos. Ese hecho ocurrió en el departamento del Atlántico y fue divulgado por EL HERALDO.

Esta situación se suma a las denuncias de trashumancia que este medio viene dando a conocer en los últimos meses, hechos que atentan contra los cimientos del sistema democrático. Pero es mucho más grave que la educación termine mediada por intereses electorales. Es como si se ofreciera agua, un servicio público, a cambio de votos.

Eso no es todo. Los responsables del colegio en cuestión admiten la situación y sostienen que se trata de un hecho habitual, incluso, ligado al origen mismo de esa institución educativa.

Que una sociedad en conjunto vea normal esta práctica es sinónimo de que el Estado ha estado ausente por tanto tiempo, que los particulares terminaron ocupando su lugar con otras intenciones distintas a la de brindar formación de calidad y de utilidad para el entorno.

Que un colegio se convierta en un mecanismo para obtener votos y que así alguien llegue a un cargo de elección popular no es el problema, sino el síntoma de un problema de fondo, así mismo como la fiebre es el aviso de una infección que sufre el cuerpo cuya temperatura sube anormalmente.

Las dinámicas de las instituciones formativas deben ser ajenas a los vaivenes coyunturales de cambios de gobiernos, elecciones y pujas de poder.

Pertenecen a otro universo, al del regocijo didáctico y al del crecimiento personal. Si el Estado no regula, estos fenómenos seguirán proliferando y nuevas generaciones crecerán en medio de trueques, mangualas, componendas e intercambios non sancta, aprendiendo y replicando estos comportamientos.

Las épocas electorales definen a las sociedades. Son tiempos en que vemos en un espejo lo que somos, y el episodio del colegio que cambia educación por votos es el reflejo que no queremos ver.