El anuncio hecho ayer desde Caracas por delegados del Gobierno y del ELN sobre la próxima apertura de un proceso de paz constituye, en sí mismo, una excelente noticia. La guerrilla liderada por ‘Gabino’ había permanecido hasta ahora al margen de las conversaciones que desde hace más de dos años desarrollan el Ejecutivo y las Farc en La Habana, y había mucho escepticismo de que ese grupo entrara, en un futuro inmediato, por la senda de la negociación. Sin embargo, el anuncio de ayer evidencia que los contactos exploratorios entre las partes han arrojado frutos.
Sostienen los expertos que el ELN, fundado en 1964, es, por su estructura organizativa y su dogmatismo ideológico –un coctel de marxismo-leninismo extremo, pro-castrismo y Teología de la Liberación–, un grupo muy complicado para llegar a acuerdos.
Tal vez sea así. Pero no es menos cierto que el mundo en el que nació esta guerrilla ha sufrido una transformación profunda. Las rebeliones mesiánicas que pretenden cambiar la sociedad mediante el uso de las armas están totalmente desacreditadas, y a ello hay que añadir, en el caso colombiano, que los golpes militares a la guerrilla han puesto a estas en una situación en extremo difícil.
Es posible que los líderes del ELN hayan comprendido que esta es quizá la última oportunidad que tienen para encontrar una salida a su actividad criminal en unos términos que puedan ser asumidos con relativa facilidad por sus más de 1.500 combatientes.
Resulta inevitable conjeturar que las negociaciones con las Farc –que se encuentran en su fase final, pese a los enormes obstáculos– serán el referente para el proceso con el ELN, por más que pueda haber detalles diferenciadores por la naturaleza particular de cada grupo.
El presidente Santos ha sido objeto de durísimas críticas –incluso desde algunas organizaciones de derechos humanos, no solo desde el uribismo– por ciertas concesiones que se están haciendo a las Farc en el proceso de La Habana, particularmente en materia de justicia transicional. Lo mínimo que puede hacer en la actual coyuntura el ELN es no estirar más la cuerda de la paciencia del Gobierno y de los colombianos.
Es cierto que las negociaciones con las Farc contienen medidas ventajosas para la guerrilla –como también, todo sea dicho, para militares y otros agentes del Estado acusados de crímenes en el marco del conflicto–, pero no se conoce proceso de paz en el que no se hayan tenido que hacer concesiones.
Por supuesto que el alcance de dichas concesiones es un asunto discutible. Y es importante en una democracia que dicho debate se produzca. Pero sin perder nunca de vista que de lo que hablamos es de poner fin a más de medio siglo de violencia y dolor.