Cinco días después de la victoria del ‘No’ en el plebiscito sobre el acuerdo con las Farc, y en medio de la enorme incertidumbre que tal resultado ha generado en Colombia, el Comité Noruego del Nobel dio ayer un potentísimo espaldarazo a nuestro país con la concesión del Premio Nobel de la Paz al presidente Juan Manuel Santos.
A riesgo de caer en tópicos, estamos ante una de esas noticias que pueden calificarse de históricas. Se trata de la segunda vez que el galardón más prestigioso del mundo recae en un colombiano, 34 años después de que el genial Gabo obtuviera el de Literatura. Y, además, llega en uno de los momentos más cruciales en la atormentada historia de nuestro país, en el que la posibilidad de paz con la guerrilla más vieja del continente se encuentra más que nunca al alcance de la mano, pero, al mismo tiempo, tiene profundamente dividida a la sociedad en torno al acuerdo con las Farc firmado el 26 de septiembre pasado en Cartagena.
Si analizamos la noticia en clave política, resulta innegable que el premio supone para el presidente Santos un importante balón de oxígeno tras el duro revés de la derrota en el plebiscito, hace tan solo cinco días.
Es cierto que el presidente había recuperado algo de aliento a raíz del escándalo por las declaraciones del gerente de la campaña del ‘No’ del Centro Democrático, que admitió manipulaciones en los mensajes a los votantes. Pero este caso ha quedado ya como una anécdota ante el impacto que ha causado el anuncio del Nobel.
Resulta interesante observar que el galardón se le ha concedido en solitario a Santos, pese a que alguna iniciativa lo postulaba junto al líder de las Farc, ‘Timochenko’, e incluso a representantes de las víctimas de la violencia. El comité recalca que el premio es también un tributo a los colombianos que anhelan una paz justa.
Presumimos que lo hizo de ese modo no solo con el objeto de reconocer al presidente su esfuerzo personal para poner fin a la guerra, como bien recoge el acta del premio. También envía el mensaje de que, en un país dividido sobre la forma de alcanzar una paz para todos, es el jefe del Estado quien debe dirigir la búsqueda de consensos.
Como ya señalábamos, nos hallamos en un momento decisivo de nuestra historia. En los últimos días, los bandos políticos confrontados están exhibiendo, al menos de cara a la galería, una voluntad sincera de alcanzar acuerdos.
No será una tarea sencilla. Los más firmes defensores del ‘No’ pretenden introducir cambios sustanciales en el texto. Y habrá que ver hasta dónde llega la flexibilidad de las Farc. La salida de este túnel se decidirá en Colombia, sin duda. Pero cabe esperar que la noticia del Nobel imprima un impulso determinante para que la nave llegue pronto a buen puerto.