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A lo largo de este año, la Policía ha registrado 21 casos de extorsión sexual en el Atlántico. Por pequeña que pueda parecer a algunos la cifra, estamos en presencia de un fenómeno al que hay que presentar la máxima atención, por tratarse de una conducta delictiva con altas posibilidades de expansión en las sociedades modernas.

Los 21 casos citados son seis más de los reportados en todo el año anterior. Y es más que probable que en este tema exista un enorme subregistro, porque la propia naturaleza del delito, en el que se expone la intimidad sexual, suele dificultar que la víctima instaure denuncia.

Las autoridades distinguen dos modalidades de delito en este campo. Una es la ‘sextorsión’, en la que la víctima se ha fotografiado o filmado en actos sexuales consentidos con otra, y esta utiliza después ese material para chantajear a su expareja a cambio de dinero o sumisión. Y está el ‘sexting’, en que una persona ha obtenido, por cualquier medio, imágenes íntimas de otra, sin que medie entre ambos relación sexual, y usa el material para coaccionar a su víctima.

Se da la circunstancia de que todas las víctimas que han presentado denuncia son mujeres, en su inmensa estudiantes menores de edad, que se han visto arrastradas a este calvario a través de internet y las redes sociales.

El Gaula detectado un tráfico significativo de contenidos sexuales en alumnos de 102 de los 150 colegios públicos de Barranquilla, lo que ha llevado a la Policía, con buen tino, a diseñar un plan de capacitación a funcionarios de la secretaría de Educación par abordar este inquietante problema.

Dicha estrategia ya está en marcha, mediante la asignación de sico-orientadores en los distintos establecimientos educativos que se ocuparán específicamente de los delitos relacionados con la sexualidad.

Una iniciativa sin duda acertada, ya que estamos ante un flagelo que no puede ser afrontado únicamente mediante la actuación policial, sino que requiere un enorme esfuerzo pedagógico entre los muchachos –sobre todo entre las chicas– para que actúen con cautela a la hora de exponer su intimidad.

El reto es complicado por dos razones primordiales. Una es que las nuevas tecnologías de la comunicación han creado nuevos hábitos sociales, entre los que destaca la necesidad de muchos jóvenes de exhibir su vida personal. La otra es que la juventud de hoy es más desinhibida en términos de sexualidad, lo que aumenta el riesgo de que se vea inmersa en situaciones aprovechables por chantajistas.

En esta batalla no hay que bajar en ningún momento la guardia. Debemos evitar que la modernidad, siempre bienvenida, sea utilizada por la delincuencia para encontrar nuevos formas de extorsión.