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Barranquilla ostentó durante años, con orgullo, el título de ‘remanso de paz’. Soplaban otros vientos, en los que era común encontrar en distintos barrios a familias sentadas en las terrazas de las casas, conversando bajo la sombra de un almendro o un laurel.

La tranquilidad que reinaba en sus calles parecía inexpugnable frente a las noticias de asesinatos, secuestros y atracos violentos en otras partes del país. Ese panorama ha sido reemplazado por uno más enrejado y solitario, donde los guardias privados y las cámaras de vigilancia se han vuelto un triste factor común. Son el mejor testimonio de que a la ciudad le ha costado mucho recuperar esa paz urbana que perdió, sin darse cuenta en qué momento ni en qué forma. La inseguridad es una tarea que sigue pendiente, y que parece hacerse cada vez mayor, muy a pesar de los innegables progresos económicos y avances en áreas como infraestructura, salud y servicios públicos, en el camino a lograr una sociedad más desarrollada. Son varios y reiterados los llamados que se han alzado desde la ciudad solicitando un mayor compromiso del Gobierno Nacional para ayudar a superar esta situación. Hasta ahora, no han encontrado eco.

La alcaldesa Elsa Noguera ha sido persistente en su reclamo a la Policía Nacional. Más de cuatro veces, en lo que va del año, ha solicitado que a Barranquilla le sean asignados más agentes para cubrir labores de vigilancia. Hoy hay unos 5.000 para el casco urbano y su área metropolitana; pero, comparativamente, la ciudad sigue teniendo menos efectivos por cada 1.000 habitantes que capitales como Cartagena, Medellín, Bogotá y Cali.

Y, nuevamente, la alcaldesa insistió ayer. Exigió concretamente, en visita a EL HERALDO, una mayor implicación de la Policía Nacional con la ciudad. “Pareciera que no le importa lo que está ocurriendo”, dijo, al reclamar “solidaridad”, ante una situación que en su opinión ha excedido a la Policía Metropolitana. Sus palabras reflejan la preocupación que despiertan las estadísticas. Más allá del crecimiento de la percepción de inseguridad, que siempre marca alto en las encuestas de Barranquilla Cómo Vamos, las cifras del Fondo de Seguridad Distrital apuntan a que los homicidios crecieron un 21% en el primer semestre del año. Y las cifras de hurtos no dan tregua.

La complejidad de la inseguridad que se extiende en las calles hace evidente la necesidad de considerar más alternativas para atender la situación, pero es indiscutible que el aumento del pie de fuerza también es importante. Que la gente se sienta más segura es el punto de partida para una estrategia que debe ser integral, con políticas sociales.

Barranquilla, como todas las ciudades, ha sido depositaria de vástagos criminales del conflicto armado, antes ensañado en las áreas rurales. Cuando las grandes estructuras paramilitares se desmovilizaron, algunos de sus exmiembros se quedaron con el negocio de la droga y de la extorsión. Formaron las llamadas bandas criminales -Bacrim-, que trasladaron su azote, y su guerra por el control del microtráfico, a los barrios del sur. Y con las cárceles hacinadas, como están, difícilmente hoy son mantenidos tras las rejas al ser capturados con pequeñas dosis.

A ellos se les puede responsabilizar de desplazar a las familias de las terrazas y hacer comunes los barrotes en los jardines. Pero es necesario revisar hasta dónde esto ha venido de la mano de un relajamiento de la Policía, que deja la sensación de no haber estado preparada para esta nueva realidad. Ni pensar en el eventual posconflicto.

No necesariamente el reclamo de la alcaldesa significa que hacen falta mayores esfuerzos de parte de la Policía, sino un esfuerzo más eficaz para contrarrestar la inseguridad. Sería conveniente que el director de la Policía Nacional, el general Rodolfo Palomino, hiciera una reflexión y tomara una decisión al respecto.