Desde que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, no pasa día sin que sus actuaciones y declaraciones provoquen polémica tanto en su país como en el resto del mundo.

Sus recientes medidas contra la inmigración –sobre todo la de ciertos países de mayoría musulmana– se encuentran en estos momentos en el centro del debate público, no solo por los tintes xenófobos que subyacen en tales políticas, sino, también, por el duro enfrentamiento que libra el mandatario contra los jueces reacios a acatar las órdenes presidenciales.

En este escenario frenético de creciente crispación, hay un debate fundamental que aún no ha sido abordado con la suficiente profundidad y que también está relacionado con la llegada al poder del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Ese debate no es otro que el del nuevo orden internacional que comienza a fraguarse y cuya configuración futura resulta difícil pronosticar.

En sus declaraciones, Trump ha ido desgranando ideas que pueden servir de guía para el análisis. Ha expresado su voluntad de un estrechamiento de relaciones con la Rusia de Putin (aunque días atrás cuestionó la ocupación de Crimea). Ha mostrado su desprecio hacia el proyecto europeo, felicitando al Reino Unido por el ‘brexit’. También ha manifestado su hostilidad hacia China, sobre todo por la amenaza económica que, a su juicio, supone este país para EEUU.

En este tablero de ajedrez no se observa, de momento, una estrategia de entendimiento con el mundo musulmán, salvo con algunas satrapías que funcionan como aliadas estratégicas de Washington. La ‘Alianza de civilizaciones’, promovida por España y Turquía y acogida como programa por la ONU en 2007, seguramente no tendrá cabida en la ‘era Trump’ (aunque, todo hay que decirlo, ya se había convertido en uno de los tantos fantasmas que pueblan los despachos burocráticos del organismo internacional).

Hablando de la ONU, es probable que en este nuevo orden de renovada hegemonía de EEUU –o de ‘entente’ bipolar con Rusia–, la organización internacional vea (aún más) mermada su influencia y capacidad de acción.

Lo mismo cabría decir de las grandes instituciones financieras y comerciales multilaterales, a menos que estas asuman el discurso proteccionista de Trump, radicalmente contrario al liberalismo a ultranza que han estado pregonando en las últimas décadas.

No es difícil vaticinar que la visión de mundo de Tump –en la que Latinoamérica no parece pintar demasiado– provocará movimientos sísmicos en el orden mundial. Y no será la primera vez que un mandatario de EEUU trastoque las relaciones internacionales. El enigma es de qué grado en la escala Richter será el sismo.