La palabra ya existía. Vivía desde hace mucho en la conciencia colectiva del Caribe, de Colombia y de América; instalada en el habla de millones, contoneándose al ritmo de los paseos, los sones, los merengues y las puyas; abriéndose paso por el mundo, definiendo una música, una región, una manera única de contar el mundo.
Por eso, la confirmación de que será un vocablo oficial en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua es una confirmación, no un descubrimiento.
Como ocurre con todas las manifestaciones de la cultura, las palabras necesitan ser reconocidas en el papel oficial para permanecer en el tiempo, para convertirse en patrimonio del pensamiento universal. De lo contrario corren el riesgo de la mutación incesante, y del olvido.
El término comenzó a ser utilizado para definir a los habitantes de un lugar, el Valle de Upar, pero con el tiempo su significado se fue mudando hacia algo más grande: la sencilla pero poderosa música de los juglares campesinos del Cesar, de La Guajira y del Magdalena, que daban noticias, que expresaban sentimientos e ideas, que narraban una realidad tan sorprendente que no necesitaba de la imaginación para ser auténtica.
Después, la música salió de los campos perdidos en el tiempo y terminó por instalarse en la vida diaria de millones de personas, dentro y fuera de Colombia, y con ella, su vocablo definitorio.
La que comenzó siendo una palabra agreste, arbitraria y rebelde, desde el próximo diciembre será incluida por la autoridad máxima de nuestro idioma en su libro fundamental; a partir de entonces podrá ser consultada, estudiada, referida, comparada, escrita y hablada, mucho más que ahora, mucho más que siempre.
Es por eso que nos alegra tanto, por el Valle de Upar, por nuestro Caribe, por Colombia y por Hispanoamérica, que estas cuatro sílabas tan queridas sean ahora parte de la tradición occidental.
Es un justo reconocimiento a nuestra identidad y a la supervivencia de nuestra particular manera de interpretar la realidad. Para eso sirven las palabras y por eso es útil que estén escritas en los diccionarios, que son, como se sabe, el compendio de cómo los pueblos nombran el mundo.
Desde aquí saludamos a la nueva vieja palabra que muy pronto aparecerá escrita en el máximo lugar de nuestro idioma: “vallenato”.