Hace algo más de tres años, el 13 de septiembre de 2014, el presidente Santos firmó en Barranquilla un contrato que describió como uno de los más importantes que se hayan suscrito en la historia de Colombia: la navegabilidad del río Magdalena. Los medios de comunicación del país recogieron ampliamente aquel acontecimiento que, en palabras exultantes del mandatario, haría “realidad el sueño del Libertador”.
El contrato con el consorcio Navelena, de $2,4 billones, contemplaba garantizar la navegabilidad de 908 kilómetros del río, entre Puerto Salgar y Barranquilla. Ello permitiría la circulación de embarcaciones de 7.200 toneladas, equivalentes a 240 camiones de transporte.
De acuerdo con el presidente, el ambicioso proyecto traería enormes pingües beneficios al país, muy en especial a la capital del Atlántico por su privilegiada situación geográfica en la desembocadura del río.
La ejecución del proyecto comenzó desde un comienzo a mostrar dificultades, hasta que el estallido del escándalo de Odebrecht, accionista principal de Navelena, condujo a la declaración de caducidad del contrato, el abril pasado.
En aquel momento, desde el Gobierno central se enviaron mensajes de calma a quienes habían cifrado grandes esperanzas en la iniciativa, muy en particular a los barranquilleros. Se les dijo que había un Plan B. Que antes de fin de este año se adjudicaría un nuevo contrato. Que, mientras llegaba ese momento, se garantizaría el dragado del canal de acceso al puerto de Barranquilla, uno de los puntos previstos en el rescindido contrato.
Siete meses después de la declaración de caducidad, solo se ha cumplido esto último. Todo lo demás es, de momento, humo. Se acerca el fin de año, y de la nueva APP del Río nadie habla. No se ha abierto un proceso de selección de un nuevo contratista. Del famoso sueño de Bolívar parece que nadie quiere saber en las altas instancias del Gobierno central, sobre todo en una coyuntura en que hay enormes dificultades para cuadrar las cuentas públicas.
Los barranquilleros, con los líderes políticos, económicos y sociales a la cabeza, debemos evitar que se repita el cuento de La lechera, aquella fábula de Esopo en que una muchacha va haciendo planes con lo que ganaría con la venta de leche en el marcado, pero que, en su júbilo, suelta el cántaro y este se hace añicos en el suelo.
Hay que evitar, por todos los medios, que el sueño de la navegabilidad del Río se rompa. Barranquilla no se puede permitir que esta oportunidad pase delante de sus narices sin dar la batalla. Los dirigentes políticos y los líderes gremiales deben impedir que encalle este proyecto trascendental para el futuro de Barranquilla.