Hace muchos años el Atlántico dejó de ser solo una zona empresarial y comercial. Con la apertura de la Vía al Mar entre Barranquilla y Cartagena a principios de los 90, el turismo nacional cambió el opaco y equívoco retrato que tenía de este departamento y de su capital. Si bien se conocían sitios históricos de trascendencia para el desarrollo del país, había una imagen de abandono en las entradas y salidas desde y hacia Santa Marta y la Heroica.
Los turistas que venían e iban entraban por la Cordialidad y la bienvenida se las daba un barrio marginal, como era entonces San Martín. Esos turistas pasaban luego por un Simón Bolívar ruidoso y congestionado hasta llegar al Puente Pumarejo rumbo a las playas del Magdalena. Así que había muy pocas cosas atractivas para ver. Y el primer impacto de retina no era el mejor.
Ahora, las entradas y salidas cambiaron y el turismo del interior del país cayó en la cuenta de la importancia geográfica de Barranquilla, como ciudad vértice de la Región Caribe y como punto de encuentro obligado entre Cartagena y la bahía más hermosa de América. Por ello miles de visitantes arriban aquí y además de estar a pocos kilómetros de importantes capitales turísticas descubren un mundo que no lo tenían en sus agendas viajeras. Están, por ejemplo, en el centro del Atlántico, la Casa Museo Julio Flórez en el municipio de Usiacurí, una especie de pesebre enclavado en el corazón del departamento y allí mismo el bosque tropical seco, Luriza. Luego está la Laguna de Luruaco, una población célebre por sus apetitosas ‘arepas e’ huevo’. Es también obligatorio el paseo en tren a Bocas de Ceniza, en donde las aguas de mar y río se conjugan en un inseparable matrimonio de la naturaleza. Las playas y el muelle de Puerto Colombia, cuyas ruinas son una muestra de lo que fue, y por supuesto el histórico Hotel Pradomar, que funciona desde hace 73 años y en donde miles de parejas colombianas han pasado inolvidables lunas de miel. Es además este un buen sitio para practicar surf. No hay que perderse de las playas de Caño Dulce y Puerto Velero con sus pintorescas casetas y la múltiple oferta de deportes náuticos. El Castillo de Salgar, el único construido aquí por los españoles y cuyo objeto era vigilar la entrada de mercancías para controlar el contrabando.
Hacia el sector oriental del departamento está el municipio de Soledad con su merecumbé y su concurso de décimas, y tal vez lo más relevante: el Museo Bolivariano, la vieja e inmensa casona en donde el Libertador Simón Bolívar pasó sus últimos días antes de partir por las playas de Sabanilla a San Pedro Alejandrino, en donde falleció. Es imposible hablar de Soledad sin mencionar la deliciosa butifarra, de origen ibérico, pero muy bien asumida como propia.
Ya hace varios años que grandes planchones recorren el río Magdalena con una fiesta a bordo. Música, bebidas y comidas son ofrecidas mientras el turista disfruta en una margen del río el verdor de la naturaleza y del otro lado la imponencia de la ciudad. La salida de esas embarcaciones es desde el barrio Las Flores, un sector de pescadores en donde se puede degustar gran variedad de pescado recién sacado del mar.
En gastronomía, y antes de entrar a Barranquilla, no se puede perder el turista de los chicharrones de Baranoa, las almojábanas de Campeche y los pasteles de Pital de Megua. Ya en la capital hay sinnúmero de restaurantes de diversas nacionalidades destacándose la comida árabe, china e italiana. Para todos los gustos hay. Hoteles tenemos cada día más y con muy buenas tarifas. Así que el Atlántico se convirtió en un llamativo destino turístico de fácil acceso que en estas vacaciones los viajeros no se deben perder.