Óscar, un abogado guajiro de 39 años, soltero, falleció recientemente en Bogotá a causa de un aneurisma. A lo largo de su vida siempre había defendido la donación de órganos como una forma de ayudar al prójimo.

Tras su deceso, Óscar fue sometido a un proceso quirúrgico de extracción de órganos, y 12 de estos fueron a parar a personas que aguardaban un trasplante para mejorar su calidad de vida y, en algunos casos, para librarse de una muerte previsible.

La historia de este abogado, que publica EL HERALDO en su edición de hoy, constituye un ejemplo de generosidad que tiene consecuencias inmediatas en el destino de otros seres humanos. Un ejemplo que debería reabrir la reflexión acerca de la situación de las donaciones de órganos en Colombia.

Nuestro país cuenta desde hace dos años con una de las legislaciones más ambiciosas del mundo, la ley 1805 de 2016, que convierte en potenciales donantes a todos los ciudadanos fallecidos, salvo que en vida hayan expresado por escrito su negativa a tal consideración. Por supuesto que también se pueden ceder órganos estando vivos; de hecho, de los 72.898 donantes registrados en el mundo en 2017, la mayoría –41.086– eran vivos.

Desde la entrada en vigor de la ley 1805, el número de trasplantes ha aumentado significativamente en nuestro país, pero no de un modo que nos permita estar entre los abanderados del ránking mundial. El número de donantes reales (que han reunido todos los requisitos para ceder órganos), sigue estando por debajo incluso de países latinoamericanos como Uruguay, Brasil o Cuba. En 2017 se contaron en Colombia solo nueve donantes reales por millón de habitantes, frente a los 43 de España, país que desde hace 26 años lidera el listado mundial.

No cabe duda de que la donación de órganos es un tema complejo, en el que intervienen a menudo consideraciones de tipo religioso o pensamientos atávicos acerca de la preservación de la integridad del cuerpo humano. Es comprensible, por tanto, que muchas personas tengan reparos a la extracción de sus órganos o que familiares de fallecidos intenten por cualquier medio evitar que estos se conviertan en donantes.

Más allá del respeto que merezcan esos sentimientos, el caso de Óscar muestra la otra cara de la moneda: la de una muerte que se ha transformado en vida para otros seres humanos. Gracias a este abogado guajiro, 12 personas tienen ya la esperanza de que van a llevar una mejor existencia. O, parafraseando a ‘Cien Años de Soledad’, de que tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra.

Ojalá su historia sirva de inspiración a muchos, de modo que Colombia dé un salto cualitativo dentro de la comunidad de donantes y trasplantes, hoy encabezada por países europeos. Sería, sin duda, una excelente noticia.