En una sociedad ideal, el Día del Maestro sería una fecha de resonancias festivas, en la que el conjunto de la ciudadanía rendiría homenajes a los docentes por la tarea trascendental y abnegada que desempeñan en beneficio de la colectividad.

Lamentablemente, en Colombia, ese día se celebra hoy en medio del descontento generalizado de los maestros del sector público, que vienen de realizar un paro de dos días y no descartan la posibilidad de convocar una huelga general ante lo que consideran un incumplimiento de compromisos por parte del Gobierno.

En el país hay unos 460.000 profesores de escuelas y colegios, de los cuales 322.000 (cerca del 70%) están en la enseñanza pública y educan a un total de 8.500.000 alumnos. Es decir, les corresponde una media de 26 estudiantes por maestro.

Se trata de una profesión sacrificada, que requiere de una enorme vocación de servicio. Resulta admirable observar cómo tantos maestros acuden a diario a sus aulas con buen ánimo, con ganas de formar a sus estudiantes no solo en las asignaturas convencionales, sino en los valores ciudadanos. Unas aulas a veces abarrotadas de muchachos procedentes de hogares indigentes, de familias disfuncionales, de entornos difíciles, que merecen atención especial.

Más allá de la valoración que merezcan las reivindicaciones actuales de los maestros, y de la capacidad del Gobierno para satisfacer sus demandas en estos momentos de contracción económica, el hecho cierto es que los educadores deberían estar bien remunerados.

Hay estados europeos, en particular Finlandia, donde el puesto de maestro es uno de los mejor considerados salarial y socialmente, y para acceder a él hay que pasar exámenes muy exigentes. Las autoridades de esos países son bien conscientes de que el fenómeno de la globalización ha hecho que los países dependan cada vez más de su nivel de competitividad para sobrevivir, y ello no es posible sin el desarrollo de las políticas educativas apropiadas. Tales políticas parten de una premisa fundamental, que no es otra que la valoración del maestro como pilar fundamental de la sociedad.

Ojalá en Colombia podamos avanzar por ese camino. Por supuesto que no somos un próspero país escandinavo, y que las coyunturas económicas a veces impiden avanzar con la celeridad que muchos quisiéramos. Pero lo importante, sobre todo en una fecha como la de hoy, es que al menos reconozcamos la importancia del docente y tomemos conciencia de que sin una valoración real de su trabajo no lograremos mejorar como sociedad.