Un año más recordamos en esta fecha un acontecimiento extraordinario que cambió para siempre el destino de la humanidad. Nos referimos al arribo al continente hoy llamado América de tres naves bajo el mando del genovés Cristóbal Colón, quien había convencido a los Reyes Católicos de financiarle una expedición para buscar una nueva ruta hacia la India.

Aquel suceso sigue provocando encendidos debates en cuanto a su significado histórico y al impacto económico, político, social y demográfico que tuvo en estas tierras.

La discusión comienza con la propia denominación del hecho, “descubrimiento de América”, por cuanto sugiere que este continente, con sus potentes civilizaciones, solo entró al curso de la historia gracias a la llegada de los europeos. Por ello, hay quienes prefieren utilizar la expresión ‘encuentro entre culturas’, más políticamente correcta, pero aún insuficiente para describir lo ocurrido.

La discusión abarca también el periodo de La Conquista. Durante siglos prevaleció al respecto la versión de los vencedores, como es habitual en las narrativas históricas. Pero en los años 60 y 70 del siglo pasado, con el auge del movimiento indigenista en Latinoamérica, cobró fuerza el discurso de que La Conquista fue un genocidio perpetrado por unos europeos desalmados y codiciosos contra unas pacíficas culturas indígenas.

Ese discurso es hoy cuestionado, al menos de manera parcial, con diversos argumentos. Por ejemplo, que la aniquilación de los nativos obedeció más a enfermedades ‘importadas’ por los conquistadores que a una calculada operación de exterminio. O que la situación de los indígenas antes de la llegada de los europeos no era lo idílica que algunos pretenden, como lo demuestra el hecho de que los conquistadores consiguieron aliados entre poblaciones nativas que ansiaban liberarse del yugo de sus opresores locales.

Todo ello no obvia que el saqueo, los crímenes y los atropellos existieron, a tal punto que surgieron figuras inmensas como los frailes Francisco de Vitoria o Bartolomé de las Casas, que levantaron sus voces contra los excesos, e incluso contra la propia naturaleza, de la empresa conquistadora.

Por su trascendencia y sus consecuencias traumáticas, lo acontecido el 12 de octubre de 1492 seguirá generando investigaciones y debates. Y está bien que así sea, mientras unas y otros no se utilicen demagógicamente para alentar rencores o justificar nuevas formas de dominio.

Como ya hemos señalado en otros editoriales con motivo de esta fecha, el gran reto que tenemos hoy en Latinoamérica, por encima de las necesarias discusiones históricas, es combatir las hondas brechas sociales que siguen dividiendo a los descendientes de aquel acontecimiento.