El Foro Económico Mundial, cita anual de la élite económica, política y social del planeta, parece haber descubierto, por fin, que el agua moja y la toalla seca. Que la globalización, tal como se ha venido desarrollando en las dos últimas décadas, está dejando muchas víctimas en el camino y ha abierto las puertas a la irrupción de peligrosos populismos.
En la última reunión del Foro, celebrada recientemente en la ciudad suiza de Davos, el presidente ejecutivo del evento, Klaus Schwab, admitió que las cosas no van bien. Sin embargo, en una acrobacia retórica por mantener a salvo el buen nombre de la globalización, argumentó que el problema es que esta ha sido suplantada por el ‘globalismo’, que definió como“una idea que prioriza el orden global neoliberal sobre los intereses nacionales”.
Según Schwab, el globalismo neoliberal ha impuesto su avasalladora ley, concentrando más que nunca la riqueza en pocas manos y creando en las sociedades una sensación de profunda zozobra, de incertidumbre ante el futuro y, sobre todo, de sumisión a unos poderes financieros que dejan poco margen de maniobra a los dirigentes nacionales elegidos en las urnas.
Ante ese escenario de inestabilidad material y emocional de grandes capas de la población, están brotando caudillos de uno y otro signo ideológico que prometen al pueblo retornar al mundo pretendidamente idílico de las esencias nacionales, donde los ciudadanos tendrían protección frente a las arbitrariedades del capital internacional.
Como antídoto contra esta inquietante tendencia, Schwab planteó acometer la “Globalización 4.0”, la cual, desde su punto de vista, debe dar las respuestas apropiadas en materia de equidad y sostenibilidad frente a la cuarta revolución industrial –la digital–, en la que se han agudizado las brechas económicas en el mundo. En esa línea, propuso, entre otras cosas, una cooperación público-privada más sensible con las necesidades sociales y el diseño de mecanismos de gobernanza mundial que intenten embridar el desenfreno financiero.
Todo eso está bien. No podemos menos que estar de acuerdo con Schwab en que algo hay que hacer, si es que estamos aún a tiempo. Coincidimos con él en que la globalización puede ser positiva, incluso valiosa para el desarrollo mundial, siempre que se acompañe de mecanismos efectivos que impidan abusos y corrijan desequilibrios.
Schwab quiere hacernos distinguir entre la positiva globalización y el globalismo maligno. En realidad son lo mismo, como lo son el aplicado doctor Jekyll y el criminal Hyde en la novela de Stevenson. Pero eso es lo de menos. Lo que importa es que, aunque con años de retraso, el selecto Foro de Davos haya puesto el tema en su agenda.