Cada vez son más frecuentes las noticias sobre hechos de violencia cometidos por organizaciones criminales en nuestra región. Esa sucesión de homicidios –acompañados a menudo de descuartizamientos y otras manifestaciones de sevicia– parece responder a un recrudecimiento de los enfrentamientos de las bacrim para expandirse en la Costa, tal como reveló EL HERALDO en un amplio informe publicado del domingo pasado.
Las informaciones de este diario fueron confirmadas dos días después por el ministro de Defensa, Guillermo Botero, quien, en referencia al caso concreto de Magdalena, afirmó que existe una lucha entre Los Pachencas y el Clan del Golfo por hacerse con el control del negocio del narcotráfico en ese departamento.
El ministro indicó que en la intensidad de esta guerra juega un papel crucial el puerto de Santa Marta, que los criminales –cuando logran burlar el control de los funcionarios portuarios o cuando encuentran cómplices en el interior de las instalaciones– ya vienen utilizando para el envío de la droga al exterior.
Los movimientos de las bandas organizadas se observan en todos los departamentos de la Costa, en unos con más virulencia o con más proyección territorial que en otros. En Atlántico, por ejemplo, lo que se ha identificado es la actuación de grupos delincuentes de menores dimensiones, dedicados fundamentalmente al microtráfico, pero dependientes de algunas de las grandes organizaciones, como Los Costeños o el Clan del Golfo.
Las autoridades, y muy en particular las instituciones armadas, no deben escatimar esfuerzos para hacer frente a este brutal fenómeno. Como suele suceder en estos casos, muchos colombianos residentes en los grandes núcleos urbanos no dan a este problema la importancia que se merece, por tratarse, según ellos, de un asunto que ocurre “en el monte”.
Este sería, en cualquier caso, motivo suficiente para que nos inquietara el tema. Pero el hecho es que estamos ante un desafío de mayores dimensiones, incluso con connotaciones políticas, si se considera que detrás de numerosos asesinatos de líderes sociales y de desmovilizados de la guerrilla está la larga mano de las bacrim.
El escenario es muy complejo. Tras la desmovilización del paramilitarismo y las Farc, se produjo una atomización de los actores violentos, entre los que están las grandes organizaciones criminales, las bandas subsidiarias, los desmovilizados de las Farc y el Eln de siempre.
No cabe duda de que la lucha contra este enemigo de múltiples cabezas no es sencilla. Pero hay que atajarlo antes de que sea tarde.